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¿Para qué sabios en tiempos de la Wikipedia?
Si de algo disiento es de esa afirmación que se escucha a menudo entre quienes consideran que el sistema educativo está obsoleto acerca de que ya no se requieren sabios, porque ahora tenemos la Wikipedia. Creo que si algo así se hubiera dicho a raíz de la publicación de la primera enciclopedia, la pregunta que habría provocado sería Y sin sabios, ¿quién se encargará de escribir las siguientes ediciones?
La sociedad actual vive obnubilada con Internet y parece no darse cuenta de que las mayores virtudes de este medio -su caracter participativo y su inmediatez- pueden ser sus mayores defectos. Precisamente porque en Internet puede escribir cualquiera y decir lo que quiera, es necesario tener cierto criterio para poder diferenciar los contenidos con fundamento de lo que son simples cachipegos o, directamente, mentiras y manipulaciones.
La misma Wikipedia es victima a menudo de vándalos que modifican los artículos incluyendo informaciones falsas, con más o menos gracia. Merece la pena leer el artículo que escribió Juan José Millás cuando alguien modificó su biografía en la Wikipedia para que pusiera que “Divorciado de su primera mujer, Carmen Laforet (de la cual se divorció debido a que le confesó su homosexualidad en su noche de bodas), se casó con Sándor Márai en una boda sin muchos lujos en una playa en las Islas Canarias”. Al respecto, escribió Millás:
Internet es un territorio fabuloso porque nada se respeta en él. Carece de normas de educación, de reglas gramaticales, de límites morales. Los artículos científicos están a la misma altura que los paracientíficos y lo normal al mismo nivel que lo paranormal. A menos que seas un experto en el tema, te puedes tragar el mayor disparate del mundo y digerirlo como una verdad fundamental.
Internet permite que la información ya no esté en manos de unos pocos, o esa es la teoría. La realidad es que para salir bien posicionado en Google -y por tanto, que te encuentren y te conozcan- hace falta saber bastante de SEO -optimización para buscadores- o tener suficiente dinero como para contratar a alguien que sepa. También es posible -y se hace- hackear las webs de los periódicos para que determinadas noticias aparezcan como las más leídas, para que tengamos la sensación de que son los temas que más preocupan a la sociedad en ese momento.
No soy una neoludita que vive en una cueva. Trabajo como desarrolladora web desde hace más de diez años, y por eso se de lo que hablo: de la competencia feroz -tus competidores están a un click. De cómo se engaña a gente que tiene una tienda de barrio para que se gaste el dinero en una web -si no estás en Internet, no estás. De los truquillos para aparecer mejor posicionados en buscadores. De cómo los de marketing aconsejan hacer la letra pequeña más pequeña. De gurús que se ganan la vida aconsejando cínicamente sobre cómo engatusar al personal para que compren, se registren o cualquier otra cosa que quieran que hagamos. Y en el otro lado, cómo los usuarios esperan que en Internet todo sea gratis, sin darse cuenta de que a menudo gratis significa que están mercadeando contigo.
En Del rigor en la ciencia imagina Borges un imperio empeñado en elaborar mapas cada vez más perfectos, con el ideal de llegar a la escala 1:1. Al final llegan a tener un sólo mapa, tan desmesurado, que coincide punto por punto con el imperio, por lo que resulta absolutamente inmanejable e inútil. Internet es eso. Internet es tan enorme que no sirve para orientarse. O sí, pero sólo si se tiene algo de criterio, que nos permita diferenciar las churras de las merinas. Si un extraterrestre llegara a la Tierra y se conectara a Internet, ¿qué clase de civilización concluiría que somos? Es probable que pensara que básicamente nos dedicamos a la pornografía, a hacer fotos de comida y a grabar videos de gatitos que cantan.
Para Nicholas Carr, autor de ¿Google nos está volviendo estúpidos? y ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Superficiales el uso intensivo de Internet esta dañando nuestra capacidad de concentración, provocando un déficit en nuestra memoria y nuestra capacidad de procesar la información. Hay quien llega a pensar que todo esto forma parte de una campaña para atontarnos y que consumamos aún más mansamente. Vete tú a saber si es cierto, si es algo buscado o casual, pero en todo caso... ¿qué hacen los defensores de una educación que defiende la emancipación y el desarrollo integral de la persona posicionándose del lado de quienes ven la panacea en las nuevas tecnologías, sin cuestionarse nada más?
A este paso, acabaremos convertidos en un mero interfaz entre el smartphone y el mundo. Un intermediario que hace click en los "Me gusta" de Facebook, sin ser capaces de llevar a cabo ningún cambio en la realidad. Con la generalización del desprecio por la memoria, pueden decirnos un día una cosa y al día siguiente la contraria y nos la cuelan. Si alguien se da cuenta y lo dice en su cuenta de Twitter, tendrá que competir por hacerse oir entre tropecientos otros tweets y retweets que le irán sepultando en la línea de tiempo. Lo de ayer ya es prehistoria.
Internet nos tiene hiperinformados, pero no sabemos nada. No hay tiempo, con tal avalancha de información. Tampoco la pantalla es el mejor medio para leer un texto medianamente largo. Los ojos se resienten y continuamente nos topamos con hiperenlaces y banners que nos distraen de lo que estamos leyendo... ¿Cuántas veces hemos ido al ordenador a buscar algo, nos hemos distraído con otra cosa, y cuando al cabo del rato nos han reclamado y hemos tenido que apagar el ordenador ha sido cuando nos hemos acordado de por qué lo habíamos encendido?
Los artículos de los diarios tienden a ser cada vez más cortos, incluso los que se editan en papel. Los escritores se lamentan, pero se pliegan a las nuevas exigencias pensando que tal vez su tiempo ya ha pasado y que en el actual son como dinosaurios condenados a la extinción. Algunos medios ya no confían ni en que los lectores vayan a leerse una página entera de un dominical. Y estoy hablando de eso, de una hoja de un suplemento en prensa generalista, no de un estudio erudito. Cada vez nos quedamos más en la superficie de las cosas.
A la vez, Internet ha facilitado que los ciudadanos contemos con más datos sobre la gestión pública. Se pueden realizar cursos de gran calidad online. Existen comunidades muy activas, como las de programadores, en las es común colaborar, ayudar a otros con sus dudas, realizar contribuciones de código abierto... No todo es malo, obviamente. De lo que dudo es de que ya no se necesiten maestros porque "en el smartphone esta todo".
Algo que también resulta sorprendente es que siendo hoy la información más accesible que nunca -Google ha digitalizado y puesto a disposición pública millones de libros- no se haya notado que ahora se escriban mejores tesis ni en mayor número.
No hace tanto, los saberes artesanales eran considerados bajos, mientras que cuanto menos útil era un saber, más prestigioso se consideraba. Poder haber dedicado tiempo a materias de las que no se podía sacar beneficio económico era distintivo de las clases altas -lo mismo que ahora los ricos gastan mucho dinero en cosas inútiles solo para demostrar que son ricos. Ahora hemos pasado al extremo opuesto: todo lo que no ayude a conseguir un trabajo se desprecia.
¿No debería ser la escuela un microcosmos donde poder descubrir todo tipo de saberes? Un entorno tan rico que permitiera a los adolescentes no sólo encontrar su vocación, sino otras muchas cosas que ampliaran su mirada, independientemente de modas y prejuicios. Un oasis al margen del ritmo frenético que impone la sociedad, donde se pudiera desarrollar una mirada propia, más pausada, capaz de concentrarse, de profundizar. En lugar de eso, veo escuelas que van de innovadoras porque enseñan a usar Internet a los niños... que la mayoría de las veces ya saben más que el profesor!
Reivindicación
El actual rechazo a la pedagogía tradicional es la reacción a la educación vertical, basada en la acumulación de datos sin vida, que muchos hemos sufrido. Datos de los que pasados los años apenas queda nada, que ni nos hicieron más felices, ni más inteligentes, ni nos han sido útiles profesionalmente. ¿Para qué nos teníamos que aprender de memoria la fecha del nacimiento de Lope de Vega a una edad en que no podíamos entender sus textos? Ni siquiera nos servía para contextualizarlo en su época, porque las diferentes asignaturas eran compartimentos estancos y en historia estábamos estudiando otro tiempo. Tampoco sabíamos de quién era contemporáneo, porque al llegar al siguiente autor ya se nos había olvidado cuándo había nacido Lope, sobre todo si ya habíamos aprobado el examen en el que nos lo habían preguntado.
Realmente, para un saber así, mejor que sean las bases de datos las que se encarguen de ello. Aún no entiendo qué sentido tenía todo esto. Ni el que se supone que tiene ahora, cuando piensan sustituir la selectividad -que ya era un absurdo- por un test de 350 preguntas. A mi todo esto me recuerda a un cuñado mío que se estudiaba las preguntas del Trivial para retar a mi suegro, que era una de las personas más cultas que he conocido... y le ganaba! Mi suegro se agarraba unos mosqueos monumentales, porque era muy competitivo y le fastidiaba perder frente a alguien que no es que supiera más que él, sino que se aprendía de memoria las respuestas correctas.
Pero si por algo debería haberse indignado entonces, como nos deberíamos indignar ahora nosotros, es por que algunos pretendan hacernos confundir el saber con la acumulación. Quien aporta algo al conocimiento es porque es capaz no ya de limitarse a almacenar información, sino de asimilarla, relacionarla con la que ya tenemos y llegar a nuevas conclusiones.
A la muerte de Martín de Riquer, Ignacio Orovio publicó un artículo en La Vanguardia disertando sobre estos temas. En él, opinaba el medievalista Carles Mancho:
En ciertos estudios son necesarios los expertos que lo sepan todo, aunque todo esté en Google, porque para hacer estudios sobre literatura occitana, por ejemplo, debes saber historia, cultura, lengua y geografía occitanas. Por mucho que todo ello esté en internet.
Y continuaba afirmando:
[Martín de Riquer] no era un erudito, porque no era mera acumulación, sino digestión. Su gran aportación ha sido saber relacionar, jerarquizar, haber hecho una buena digestión de todo su saber. Para eso fue fundamental que salió de los libros, viajó, fue a congresos, conoció gente... El humanismo no es la acumulación.
Rebelémonos. Rebelémonos contra el saber estéril, contra el memorizar por el memorizar. Pero que no nos quiten el placer de saber, de descubrir, de ser capaces de relacionar y dar un significado. Sólo de nosotros depende no dejarnos confundir. Sólo de nosotros depende discernir para qué es útil Internet y en que se diferencia de la mente humana, en qué no podrá nunca suplirla. Acababa sentenciando Mancho sobre Riquer:
Además, supo transmitir: si hablaba de un trovador, los alumnos salían de clase y se iban a ver dónde vivía aquel trovador.
Eso es un maestro. Google es otra cosa.