Después de dos años sin poder preguntar nada, ¿no parece lógico que cuando por fin puede hablar al niño le surjan muchas cuestiones? Las preguntas son un punto de partida para comprender nuestro mundo. Son también la manera de acercarse al otro para empezar una conversación, así como una fuente extraordinaria de nuevo vocabulario.

Nosotros ya tenemos aceptado e integrado el mundo que nos rodea. Sin embargo para los niños todo es nuevo, un misterio: el interruptor de la luz, cómo se abre una puerta... Quizás en lugar de pedir a los niños que no hagan tantas preguntas deberíamos nosotros aprender de ellos y ser más curiosos.

Nosotros ya tenemos aceptado e integrado el mundo que nos rodea. Sin embargo para los niños todo es nuevo, un misterio

La respuesta y la actitud de los adultos frente a los niños marcarán una diferencia notable en el futuro del niño. Si el adulto responde con una actitud positiva a la demanda del niño — poniéndose a su altura, sonriendo, buscando las palabras justas y concretas para responder—, este seguirá creciendo como un observador curioso y atento y tendrá un léxico rico a la hora de comunicarse.

Las respuestas de los adultos deben ser concisas y adecuadas a la edad del niño, y debemos elaborar nuestras explicaciones con toda nuestra atención si queremos fomentar en él el amor por el aprendizaje.

Así, no solamente aprenderán ellos, sino también nosotros, ya que los niños siempre nos sorprenden con preguntas muy interesantes. La respuesta de Maria Montessori a su nieta, como se explica en Le recette di Maria Montessori, fue la siguiente: «tu Tatita probablemente te dirá una cosa, tu padre otra y tu madre otra... Y la mayor parte de la gente ni siquiera lo ha pensado en su vida. Tú debes concentrarte, observar, pensarlo bien a fondo, y decidir lo que piensas tú».