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Un día en una escuela en la naturaleza
El Grupo de Juego en la Naturaleza Saltamontes es una escuela infantil en la naturaleza ubicada en Collado Mediano (Madrid), a las faldas del Parque Nacional Sierra de Guadarrama. Nació en el año 2011, cuando en España aún no existía este modelo de educación al aire libre, más allá de iniciativas incipientes, pero desaparecidas hace ya décadas. Saltamontes está dirigido a niños de 3 a 6 años, que permanecen toda la jornada al aire libre, en el monte.
Las escuelas en la naturaleza se caracterizan por emplear el juego libre en la naturaleza y el acompañamiento respetuoso como principales herramientas pedagógicas. Resulta un poco difícil explicar el día a día de un proyecto de este tipo, porque no hay dos días iguales. Apenas hay algunas rutinas de inicio, para tomar un tentempié, y para el cierre de la jornada, pero el resto del tiempo transcurre jugando en libertad, en un entorno por definición cambiante. No obstante, haremos un intento de explicar cómo es nuestra “rutina”, aunque cabe decir que las escuelas en la naturaleza son muy diversas y sus rutinas, por tanto, sus costumbres serán diferentes. Pero compartimos la esencia de los tres pilares pedagógicos citados antes: naturaleza, juego libre y acompañamiento respetuoso.
En Saltamontes ofrecemos dos horarios: el básico (cuatro horas en el monte, de 9:30 a 13:30, común para todos) y el extendido (con posibilidad de entrar a las 8:30 y/o de salir a las 15:30). Veremos qué sucede en este tiempo.
Llegada temprana
A las ocho y media comienzan a llegar al Espacio Saltamontes, un pequeño edificio a pie de monte, los niños que se incorporan temprano al proyecto. Allí les recibe una de las acompañantes y juegan un rato, hasta que llega la hora de salir hacia el bosquete, el punto de encuentro con los demás. Como queda a unos minutos andando, se preparan con calma, proceso que puede ser relativamente largo si el tiempo es frío o lluvioso. Hay que prepararse adecuadamente para permanecer toda la mañana al aire libre sin mojarse o pasar frío, para lo cual han de ponerse las diferentes capas de protección: forro polar, abrigo, pantalón y chaqueta impermeables, botas y, si se necesita, guantes y gorro.
Inicio de la jornada
Llegados al bosquete, una zona arbolada que queda ya al final del pueblo, con banquitos en el centro, se reúnen con el resto de los niños. Han ido llegando hacia las nueve y media, acompañados de sus familias, alguno también de su mascota. Se forma por un rato un alegre bullicio, entre niños, padres, perros y mochilas. Algún pequeño que está más tierno, tal vez por cansancio o frío, es atendido con afecto por alguna acompañante. Poco a poco las familias se van retirando y quedan sentados en círculo los niños y sus acompañantes. El bosquete se convierte así en el lugar de referencia más importante para los niños, pues es el lugar en el que se separan de sus familias y se reencuentran con sus otros referentes: acompañantes y compañeros. Arrebujados en los bancos, protegidos por los pinos, las encinas y las jaras que les rodean, se saludan entre sí con alguna rima o canción y se comentan novedades que algunos desean compartir. Desde el punto de vista emocional, el bosquete y lo que en él sucede constituye un pilar de suma importancia para la creación de vínculos entre las personas y entre ellas y la naturaleza.
Subida al monte
Tras el encuentro en el bosquete, el grupo inicia la marcha hacia las praderas, la zona de juego que queda a varios cientos de metros monte arriba. Un adulto tardaría unos cinco minutos en recorrer ese trayecto, al principio un camino ancho que se convierte en una trocha por la que apenas cabe una persona, pero los niños se pueden entretener todo lo que quieran. Hay terraplenes, taludes, ramas, piedras, charcos e incluso animales. Sin embargo, en estas escuelas no se trata de hacer marchas, sino de permanecer en el medio natural. Así pues, las acompañantes animan a los niños a subir hasta su espacio habitual de permanencia, las praderas, para que estén allí el mayor tiempo posible y desarrollen su juego con plenitud. Suben, por seguridad, con un adulto en vanguardia y otro en retaguardia. Se trata al fin y al cabo de un medio cambiante y, pese a que las acompañantes lo conocen como la palma de su mano, no se sabe lo que podemos encontrar a nuestro paso. Perros, ciclistas o una ocasional serpiente. La gestión de riesgos es tomada muy en serio en proyectos como éste.
Tentempié
Una vez llegados a la zona de las praderas, los niños toman juntos un tentempié. Para tal fin se despliega una manta sobre la que todos se sientan y sacan su comida de las pequeñas mochilas. Es importante que éste sea un momento vivido juntos, pues no sólo se comparte comida, sino historias, bromas, anécdotas y, cómo no, aprendizajes sobre convivencia e higiene en la “mesa”. Surgen de forma espontánea temas de alimentación, salud, reciclaje… todos muestras más curiosidad e interés por el contenido de la mochila del vecino y se hacen auténticas degustaciones comentadas. Y en los cumpleaños, las familias preparan bizcochos o tartas caseras que son recibidas con tremenda ilusión.
Juego
El momento central del día. Los niños ya han ido recogiendo sus mochilas al finalizar el tentempié y saben que pueden empezar a jugar. Empieza una actividad febril, con la creación de parejas o grupos, la selección de materiales y espacios y las arduas negociaciones sobre lo que van a realizar. El juego se toma aquí como algo muy serio, tanto por parte de sus protagonistas como por quienes lo acompañan. Poco a poco el juego se asienta y se percibe la concentración de los niños, uno puede llegar a ver físicamente cómo se graban los aprendizajes en sus cerebros. El juego evoluciona, no sólo en el transcurso de una jornada sino en los “continuará” que surgen de un día para otro. En su pleno apogeo, apenas hay ruido, la mañana transcurre de forma serena, sin gritos o aspavientos, más allá de los necesarios para el desarrollo de la actividad lúdica. Las acompañantes permanecen atentas a todos los movimientos, gestos y actitudes; previenen y apoyan la resolución de conflictos; aportan afecto, confianza y seguridad a los niños en su relación con la naturaleza y con sus compañeros.
Recogida
Hacia las doce y media, toca ya recoger los macutos y regresar al Espacio Saltamontes, donde se van a reencontrar con las familias. Los pocos materiales ajenos al medio que se han utilizado (todos ellos polisémicos, de finalidad abierta e indeterminada, como palas, recipientes, lupas, telas o pinzas) se colocan en sus bolsas y los niños cargan de nuevo con sus cosas. Se agrupan en la cabecera del sendero e inician la marcha monte abajo. Esta vez es un trayecto rápido, es cuesta abajo y tienen ganas de escuchar el cuento que les espera en el jardín de Saltamontes. Llegados ahí, se sientan de nuevo en círculo y uno de los acompañantes relata una historia. En ocasiones leída, pero la mayor parte de las veces, teatralizada con pequeños títeres hechos de materiales naturales, según los ha ido encontrando en el monte. El cuento es un precioso momento de recogimiento, atención, escucha y respeto. Toda la energía que se ha desplegado en la bajada del monte, contrasta con la quietud y concentración que se percibe en el cuento. Finalizado éste, ya esperan sus familias en la puerta y los niños salen a su encuentro, animados por el hambre que ya tienen a esa hora.
Comida
Los niños que se quedan a comer pasan entonces a la sala. Una visita al baño, para lavarse las manos y otros menesteres, y se sientan a la mesa. Traen la comida en termos o táper y una de las acompañantes les asiste en la tarea de emplatarla. Los que van acabando de comer pueden trasladarse a otro rincón para leer, descansar, dibujar o jugar con los materiales de la sala (de juego simbólico, puzles, construcciones, etc.). Si sobra tiempo antes de la hora de salir, salen al jardín a jugar. A las tres y media llegan sus familias a recogerles y con frecuencia se quedan un rato, enganchados a los columpios naturales, puentes de cuerdas y troncos, sobre los que trepan y se balancean. Resulta difícil salir de allí, sobre todo si ya tienen el estómago lleno y ninguna prisa por meterse en el coche. Ni nadie que se la meta, pues a todos nos cuesta abandonar ese espacio mental sereno y feliz que nos da la naturaleza.
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