Ayer, haciendo de paradista en Sant Jordi, pensé en que otro gallo nos cantaría si hubiera más días en que los libros fueran una fiesta en vez de una obligación.

Y viceversa: ¿qué pasaría si en los coles se obligara a los niños a jugar a la consola y a tener que haberse pasado un nivel para un determinado día?

Lo que hay que hacer por obligación nos repele, igual que lo prohibido nos atrae -la mayor generación de lectores que ha habido en España fue consecuencia de la censura franquista.

Corolario: para motivar a los niños, es necesario hacerles partícipes de su aprendizaje, en lugar de obligarles a memorizar datos para el examen -vaya, como que me parece mejor idea que volver a una dictadura.