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¿Educación alternativa VS pública?
Carta abierta a @SoyPublica
Empezaré diciendo que estoy a favor de la educación pública; de no existir, yo a duras penas podría haber podido estudiar más allá de la enseñanza básica. Por eso, cada vez que en el mapa de Ludus veo aparecer un nuevo icono con una P (que indica que se trata de un centro público), me alegro especialmente. Por eso, me ha asombrado descubrir que hay un sector en defensa de la educación pública que ve con desconfianza las pedagogías alternativas, no sólo como algo elitista, sino incluso como si defenderlas implicara un ataque a la pública.
He estado leyendo sobre el tema y parece que estas ideas son una reacción a La educación prohibida:
http://soypublica.wordpress.com/2012/11/27/documental-trampa-la-educacion-prohibida
http://gururonroneos.blogspot.com.es/2012/12/desmontando-la-educacion-prohibida-la.html
Recuerdo que cuando vi la película, lo que más me gustó fueron algunas entrevistas, mientras que me sobró la parte dramatizada. Pensé que si la intención era dar a conocer las pedagogías alternativas, con esa caricatura de la educación convencional, muchos se habrían puesto a la defensiva. También eché de menos más diversidad de proyectos, porque efectivamente muchos de los que aparecen son elitistas (aunque eso no quita para que sean propuestas interesantes). Quizá, simplemente, salen los que quisieron salir.
No tuve, sin embargo, la impresión de haber asistido a un ataque a la escuela pública. Ciertamente, sí que se habla de la educación como forma de adoctrinamiento por parte de los estados, pero eso ocurre con la educación pública y la privada. Con esto, no le estoy descubriendo nada a nadie: en tiempos de Franco, la asignatura de religión era obligatoria, mientras que en nuestra democracia intervenida por los mercados, la filosofía y las lenguas clásicas han sido marginadas porque no son útiles. La historia varía de un régimen a otro, e incluso de una comunidad autónoma a otra. Sin embargo, pese a sus deficiencias, el que cualquier niño pueda acceder a una educación gratuita trae más ventajas que inconvenientes. Para muchos, es la forma de ver que existen otros mundos más allá de su familia, de acceder a otros tipos de conocimiento y de poder mejorar sus condiciones de vida.
Esto no quita para que el sistema educativo necesite una buena reforma, y fijarse en los hallazgos de las pedagogías alternativas le sería muy provechoso. Por ejemplo, en el método Montessori, que no sólo es interesante por los materiales manipulativos o por la mezcla de edades, sino por defender la libre elección de aprendizaje por parte del niño. Las primeras escuelas Montessori, por cierto, se crearon en suburbios desfavorecidos de Roma.
No soy ninguna experta en la materia, así que no puedo entrar en un debate en profundidad sobre las diferentes propuestas, pero sí puedo hablar de lo que he visto. Entre lo que yo opinaba antes sobre estos temas -"mira, yo fui a un cole normal y no he salido tan mal"- y la alegría con la que van a la escuelita los niños que tienen la suerte de disfrutar de estas pedagogías, hay un abismo. Me centraré en la llamada educación libre, que es la que conozco mejor. ¿Libre de qué? De directivismo. Una escuela libre es lo contrario a una hilera de niños sentados en un pupitre haciendo todos la misma ficha, les guste o no. Una escuela libre consiste en un ambiente preparado donde los niños pueden explorar y acercarse al rincón de pintura, a otro donde un adulto está contando un cuento, disfrazarse, trepar, jugar con la tierra... Y no todo está permitido; las normas básicas son respetar a los otros y respetar el material, que es de todos. Se opta por presentar pocas normas, que sean claras y razonarlas con los niños -nada de "porque lo digo yo que soy el adulto". También, por intentar que sean los propios niños quienes resuelvan los conflictos. Si dos discuten por un juguete y uno acaba llorando, el adulto no regaña al que ha ocasionado la pelea, sino que intenta acompañar a las dos partes. Pregunta a cada uno qué ha pasado, cómo se siente, cómo podrían solucionarlo, si le quiere decir algo al otro... al principio, sobre todo si los niños apenas están aprendiendo a hablar, les cuesta. Pero es asombroso ver como después de unas cuantas situaciones así, un niño se acerca al otro y le dice que él también quería el juguete, que si se lo dejará cuando acabe; o que se ha sentido mal porque le ha gritado y que eso no le gusta. Resulta increíble ver a niños de tres años explicando cómo se sienten y por qué. ¡Cuantos adultos no son capaces de hacerlo!
Por supuesto, sobre todo con niños pequeños, es necesario mucho autocontrol y mucha paciencia para explicarles las cosas las veces que hagan falta. Pero los resultados merecen la pena con creces.
Una educación de este tipo con niños pequeños exige una ratio de, como mucho, 7-8 niños por adulto. Si ocurre como en muchos centros -públicos y privados- que hay 15, 20 o 25 niños por educador, es imposible. A duras penas conseguirá el maestro limpiar los mocos a todos los que estén constipados o atender al que se haya dado un golpe, como para entretenerse mucho con los que estén discutiendo.
¿Es un ratio así algo elitista? No, es lo deseable. Ya sé que los centros públicos están muy lejos de este ratio. También muchos privados. Pero igualmente hace un siglo la jornada laboral estaba muy lejos del máximo de ocho horas diarias y no era precisamente elitista luchar porque se redujera. Si en algunas fábricas los trabajadores hubieran conseguido una jornada razonable, ¿tendría sentido que los otros les hubieran tildado de pijos?
En muchas escuelas libres, este ratio se consigue recurriendo a la implicación de las familias. Igualmente, conozco algunas escuelas públicas en que los padres se pasan a contar cuentos, o a hacer un taller de música, o de carpintería. O quedan el fin de semana para arreglar entre todos el patio. O para crear materiales pedagógicos (ejemplo: una fila de 10 cuentas de madera unidas, un cuadrado con 10x10 cuentas y un cubo de 10x10x10 cuentas, para que los niños vayan teniendo la noción de lo que es elevar al cuadrado y al cubo visualmente y al peso, antes de acercarse de una manera abstracta; el coste es bajísimo). Sus hijos, en escuelas abiertas como estas, no tienen la sensación que hemos tenido muchos de que una cosa es el cole y otra el mundo exterior.
¿Que de todas formas hay que exigir a la administración más recursos para la educación? Por supuesto. Pero aplicar estas metodologías no es sólo cuestión de medios, es también de ganas.
Cuando los alumnos crecen, también la ratio es más alta. Han aprendido a adquirir responsabilidades, a trabajar en equipo, el valor de la constancia. No se les obliga a integrarse en ningún grupo de trabajo, pero una vez que optan por uno, han de ser consecuentes y seguir en él. Y contrariamente a lo que pudiera parecer, esta forma de trabajar no les vuelve meros especialistas de lo que les gusta, ni tampoco creo que sea muy común que algunos lo único que hagan sea tirarse en un rincón a tocar -mal- la guitarra. Para aprender se necesita motivación y esta es más potente cuando sale de dentro, cuando las cosas se hacen por decisión propia y no por miedo a suspender. También, aunque tengan sus preferencias, sus intereses suelen ser muy variados, porque la mejor forma de matar la curiosidad por algo es obligar a alguien a estudiarlo cuando no tiene interés o no está maduro para ello. Lo que se aprende de memoria para aprobar un examen se olvida según se sale por la puerta.
Más adelante, cuando quieran formarse profesionalmente -sea aprendiendo cómo se realiza una instalación de gas o historia de la música- quizá tengan que estudiar cosas que no les gusten. Pero partir a de cierta edad, si uno quiere conseguir un objetivo y para eso tiene que estudiar algo que no le apetece, ya se cuenta con la madurez suficiente como para entenderlo.
Sin embargo, hay quienes parecen pensar que no hay otra forma de valorar el trabajo bien hecho y el esfuerzo que haber estado pasando exámenes desde pequeño. Otros critican de las escuelas libres que en ellas no se enseña la competitividad necesaria para sobrevivir en el mundo real. Yo me pregunto ¿es más real una oficina donde los empleados se pisan entre ellos para caerle bien al jefe que unos niños jugando con la tierra en un huerto? Si algo se promueve en estas escuelas, es la autoconfianza, desde la que más tarde podrán decidir por sí mismos sus objetivos. Por otra parte, cuántos competitivos conozco que ahora engrosan las listas del paro... mientras que si queremos salir de la crisis en la que estamos -y no volver a caer- ¿no será más útil aprender a colaborar, a debatir, a participar en la toma de decisiones que nos afectan de una forma más real que votar cada cuatro años? ¿Adquirir conocimientos pero también desarrollar el sentido crítico (y esto incluye saber lo que uno quiere, en vez de dejarse llevar por lo que le venden)?
¿Que las escuelas alternativas son un nido de charlatanes new age neoliberales? Seguro que en muchas los hay, pero gente así se puede encontrar por todas partes, incluyendo el sistema público de salud -y no por eso se puede desacreditar a todos sus componentes. Por otro lado, en los proyectos que personalmente conozco, nadie habla de niños índigo, ni fucsia, ni coloraos... como tampoco se les encasilla de ninguna otra manera -tonto/listo, bueno/malo, vago, fracasado escolar-, porque se evita ponerles ningún tipo de etiquetas que les condicionen.
¿Que también hay estupendos profesores que aplican metodologías tradicionales? Claro que sí, porque hay maestros que realmente aman lo que explican y son capaces de contagiar su entusiasmo a sus alumnos. En este caso, los niños aprenden porque quieren, aunque sea siguiendo un temario. La combinación nefasta es directivismo + profesor desmotivado; esto acaba con las ganas de aprender de cualquiera, sobre todo a edades tempranas.
Y para finalizar, para los que se fijan sobre todo en los resultados, hablaré brevemente del CEIP de Fresnedillas de la Oliva, un colegio sin libros de texto, donde los propios alumnos crean sus cuadernos consultando distintos libros. Donde aprenden matemáticas y geografía, pero también arte, costura, carpintería... ¿Elitista? Las clases aún se dan en barracones y Fresnedillas es uno de los municipios de la Comunidad de Madrid con mayor porcentaje de inmigrantes; aún así, es un ejemplo de cohesión social, en buena parte gracias a su colegio, que en el 2010 recibió el Premio Nacional a la convivencia y la integración.
Soy consciente de que no corren buenos tiempos para la lírica, que la falta de medios es un lastre. Pero en última instancia, en vuestras manos está, profesores, no dejar que se hunda el sistema educativo. Si fuera cierto que detrás de La educación prohibida hay intereses neoliberales, como piensan algunos sectores de la pública, dejando de lado las pedagogías alternativas no estarían sino siguiéndoles el juego, al permitir que enfoques innovadores que fomentan la autoconfianza, el sentido crítico y la participación sean accesibles únicamente a quienes puedan pagarlos. Si vosotros no impulsáis una renovación desde dentro en la educación pública, no hará falta que ningún ministro venga a darle la puntilla.