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This content is only available in Spanish. You can read its automatic translation by clicking here.«El control adulto es el gran estropeajuegos»
Entrevista a Katia Hueso, cofundadora del Grupo de Juego en la Naturaleza Saltamontes
Katia Hueso (Madrid, 1970) es doctora en Biología y consultora en temas de protección de paisaje y de espacios naturales y rurales. En el ámbito de la educación alternativa es sobre todo conocida por ser cofundadora del Grupo de Juego en la Naturaleza Saltamontes, la primera escuela al aire libre abierta en España tras casi un siglo de ausencia de estas iniciativas. En su último libro, Jugar al aire libre (Plataforma Editorial) hace un repaso al valor que se ha concedido al juego a lo largo de la historia y hace un llamamiento a salvaguardar un tiempo en que las criaturas puedan vivir sus propias experiencias. Porque ¿acaso se puede tener una infancia completa sin trepar a los árboles, sin jugar en el barro o sin hacer cabañas secretas con ramas en medio del campo?
Tu libro más reciente, Jugar al aire libre, arranca con el recuerdo de veranos eternos en la "especie de cabaña" que construiste con una amiga. Incluso el vocabulario (chicharras, canícula, talud, balasto...) parece devolvernos a un tiempo perdido. ¿Por qué aunque la naturaleza y el verano continúan existiendo, parece que ya no es posible una infancia así?
No sabría decir si la nostalgia puede hacer de filtro que, como en las fotos antiguas, lo tiñe todo de sepia, incluso el vocabulario. Pero sí da la impresión de que los niños de hoy no disponen de esos océanos de tiempo, ni por tanto la capacidad de percibir todos estos detalles que conformaban el verano arquetípico de nuestra infancia. Si no nos detenemos un poco, todos estos detalles pasan desapercibidos y nos centraremos en la acción (ir a sitios, hacer actividades, aprender cosas). No hay más que ver cómo ha proliferado la oferta de ocio infantil en los últimos tiempos, no sólo en verano. En parte por las agendas parentales, pero también por imposición social, parece que tenemos que proveer a nuestra prole de “experiencias”, más que permitir que las creen por sí mismos.
Es de agradecer que tu libro esté escrito con entusiasmo, pero también, con sinceridad y con los pies en el suelo. Recoges, por ejemplo, el momento en que te das cuenta de que en una escena aparentemente bucólica, de unos niños hablando bajo un árbol, en realidad se está dando un caso de chantaje de un niño a otro mientras que los demás son cómplices. ¿Hemos creído durante demasiado tiempo aquello de que cuando un niño "se porta mal" es porque se encuentra en un ambiente hostil? ¿Dentro de las pedagogías alternativas se tiene a menudo una visión muy idealizada del niño-bueno-por-naturaleza?
Tal vez estemos cayendo en algo parecido al “mito del buen salvaje” que en su día creó Rousseau. No sabría decir si hay “bondad” o “maldad” intrínseca en los niños, pero sí que las relaciones humanas son complejas y que, por el hecho de estar en un ambiente a priori amable (en la naturaleza, con un acompañamiento respetuoso) no quiere decir que no haya momentos de tensión. Que cada cual vele por sus intereses es normal, y los niños aún están aprendiendo a modular lo que es permisible en este aspecto, sin perjudicar a otros. Da igual dónde se encuentren. Otra cosa es que en un ambiente hostil este comportamiento no sólo sea tolerado, sino que sea necesario para la supervivencia. No es el caso aquí, pero no deja de ser un proceso de aprendizaje social.
Rechazas también una visión demasiado naif de la naturaleza, que lleva a algunas personas a internarse en medio de una tempestad en alpargatas, como si la madre naturaleza fuera a cuidar de ellas... ¿hemos sustituido el conocimiento perdido por películas de Disney?
La disneyficación de la naturaleza no es en sí un problema, cuando va dirigida a niños que aún tienen una cierta visión animista de las cosas y se le otorgan características antropomórficas a plantas y animales. El problema es cuando nos las creemos los adultos. Lo que tu ejemplo demuestra es, fundamentalmente, una falta de sentido común. Hay que aprender a respetar la naturaleza, a leer sus señales (por ejemplo, cuando se avecina una tormenta) y saber cuándo conviene permanecer en ella o no, según estemos preparados para ello. La naturaleza como tal no nos va a “cuidar” ni a “agredir”, se trata de que nosotros, humanos, sepamos cómo estar en ella en cada situación. Esperar sus cuidados cuando subimos al monte sin la preparación adecuada me recuerda al viejo chiste de aquel que rezaba con insistencia a Dios para que le tocara la lotería. Hasta que éste se hartó y le dijo: “por lo menos compra un décimo, ¡caramba!”.
¿Estamos idealizando también el juego? Porque a veces si parece de libro, con niños llegando a consensos, pactando sus propias reglas. Pero en otras ocasiones se dan relaciones de poder tan crueles como entre los adultos, niños muy competitivos que si no ganan hacen trampas...
El juego libre es como la vida misma. Si estamos un poco atentos, aprendemos de las experiencias que éste nos otorga. Pero también podemos usar las habilidades recién adquiridas para defender nuestros intereses de forma transgresora. Como decía antes, los niños están en proceso de aprendizaje social, de distinguir entre lo que es aceptable o no en las relaciones. Y hacer trampas es un método que funciona mientras que sea tolerado. Son la presión de los pares y el acompañamiento de los referentes adultos los que pueden poner límites éticos a estas prácticas.
También hablas de que acompañar no es tarea fácil, que hace falta establecer un vínculo, pero a la vez, no dejarse llevar por los afectos. Y de cómo a acompañar se aprende mediante la experiencia, junto a quienes ya llevan tiempo haciéndolo, que no valen cursillos de fin de semana. ¿Están surgiendo demasiados proyectos donde hay buenas intenciones, pero falta esta experiencia?
Es un asunto delicado, sin duda. Si a acompañar sólo se puede aprender acompañando, no nos quedará más remedio que echar a andar y cometer errores por el camino. Por fortuna hay cada vez más experiencia y sensibilidad hacia esta forma de estar con los niños. Quizá la clave esté en saber distinguir entre las necesidades del acompañado y del acompañante, y quedarnos sólo con las primeras. Conviene para ello resolver lagunas personales (o al menos identificarlas y separarlas) antes de acompañar a otros. Dicho en román paladino, y citando a mi padre, al trabajo hay que llegar comido, bebido y llorado.
¿En qué cambia este acompañamiento con niños mayores, a partir de primaria? En teoría debería ser más fácil, ya que a esta edad ya son capaces de resolver por si mismos sus conflictos, pero claro, si han aprendido antes. ¿Es mucho más complicado aprender a relacionarse desde el respeto o a interpretar las propias emociones cuando se es mayor?
Pienso que es una facilidad engañosa. Es cierto que pueden expresarse mejor, pero sus emociones y necesidades son también más complejas. Y no digamos cuando se entra en la adolescencia. Está claro que cuanto antes se empiece a escuchar y atender las emociones de los niños y aprendan ellos a gestionarlas, más fácil va a resultar acompañarlos en etapas posteriores. Pero no puede dejar de hacerse. Por otro lado, creo que nunca es tarde para empezar a hacerlo. A todos nos ayuda sentirnos escuchados, acompañados y puede ser muy sanador, en cualquier etapa de la vida.
Una dificultad añadida es que a esta edad los niños prefieren alejarse de los adultos para jugar, reclaman su intimidad. Tonucci habla mucho de esto, de que los bancos en los parques deberían mirar hacia fuera y no hacia dentro, permitir a los peques un espacio libre de la mirada adulta. Y sin embargo, cuando en los patios no hay acompañamiento es fácil que se den abusos, ¿cuál es tu opinión?
Estoy totalmente de acuerdo en que uno de los ritos de paso de la infancia es soltarse de la mirada adulta. En un espacio de juego libre, es relativamente sencillo evitar los abusos, basta con alejarse y jugar en otro lado o con otros compañeros. Ya sé que esto no siempre es sencillo y una vez que un niño se convierte en objetivo de abusos (por su aspecto, comportamiento, etc.) puede ser difícil para él encontrar refugio. Pero estos suelen darse con mayor intensidad en lugares en los que hay un “público cautivo” y además concentrado, es decir, patios de colegio, aulas, espacios cerrados de juego… Las víctimas de abuso en esas situaciones no tienen escapatoria y tampoco desahogo, si no tienen después otros lugares o compañeros con los que jugar.
Hace tiempo conocí un colegio en el que, para evitar los conflictos, estaban pensando eliminar el tiempo de recreo. ¿Pueden hacer eso?
Uf, me temo que es una receta para la tormenta perfecta. Es una estrategia de huida que no beneficiará a los niños ni en este aspecto ni en otros, como el académico, de salud física y mental, etc. y que puede agravar el círculo vicioso del que se alimentan los conflictos. Hoy en día hay muchos recursos para aplicar en los colegios, aunque no hay soluciones instantáneas y requieren trabajo por parte del claustro. ¿Qué tal hablarlo con los propios protagonistas de lo que esté sucediendo y consensuar una vía de solución con ellos?
¿Qué piensas de la gamificación? ¿Tiene algo que ver con el juego?
La gamificación es para mi una herramienta didáctica que ludifica la impartición de contenidos, pero no llega a ser juego, tal y como yo lo entiendo. Hace más atractiva la adquisición de contenidos curriculares, y suele tener además una componente competitiva que no siempre me parece adecuada. Enseña y entretiene, como el Libro de Petete, pero jugar, desde mi punto de vista, requiere una libertad que la gamificación no ofrece.
El Grupo de Juego en la Naturaleza Saltamontes, del que eres cofundadora, fue el espacio pionero en recuperar la filosofía de las escuelas bosque que tanto tiempo habían estado ausentes de nuestro país. ¿Por qué en otras latitudes con climas más duros, como Alemania o los escandinavos, estas propuestas están mucho más extendidas?
Tal vez porque son sociedades que ya han resuelto sus necesidades materiales hace tiempo y han sido conscientes de los beneficios inmateriales de dar un paso atrás y volver a lo sencillo, a la pedagogía más lenta y consciente; a entender que lo importante no es saberse todos los ríos de Europa sino el tener ciertas habilidades personales que se trabajan mejor con el juego al aire libre. Pero quizá también porque tienen una consciencia del bien común diferente a la mediterránea. En esos países, el bien común (la educación, la salud, la naturaleza…) es de todos y es deber del conjunto de la sociedad ocuparse de ello. En nuestra región, el bien común no es de nadie y tiende a ser olvidado. No hay más que ver lo limpias que están nuestras casas y lo guarro que dejamos el monte, con total tranquilidad.
En el norte de Europa hay incluso escuelas bosque de primaria, ¿cómo funcionan? ¿Es posible trabajar al aire libre y mediante el juego todos los contenidos curriculares?
Sí, así es, son pocas, pero demuestran que se puede. Son escuelas que se basan mucho en seguir los intereses de los niños, con aulas temáticas y permeables al exterior, materiales naturales y actividades propuestas en el bosque. En algunos casos hay impartición formal de contenidos, en otros se actúa en función del interés de cada niño. Al fin y al cabo, si la vida real está fuera de las aulas, ¿por qué no se puede aprender sobre ella -en gran medida al aire libre?
Si sabemos de la importancia del juego, ¿por qué desde la administración se ponen toda clase de trabas a la hora de abrir una escuela bosque o un proyecto de educación libre? Incluso grupos de juego para menores de seis años a veces tienen problemas legales, pero en el caso de los proyectos dirigidos a primaria, para poder homologarse necesitan construir un polideportivo, aunque lo que defiendan sea el juego libre con materiales no estructurados... ¿Qué sentido tiene?
Creo que el gran problema de la administración es que muchos legisladores y otros cargos intermedios no tienen experiencia real con niños y les cuesta ver que el juego es mucho más que una agradable “pérdida de tiempo”. También, en su descargo, pienso que en nuestro país ha costado mucho alcanzar un nivel de educación aceptable y el auge de estas metodologías basadas en el juego se ve como un retroceso. Pero pienso que el mayor bloqueo es que tenemos en general una tremenda incultura política; nuestros administradores no saben ni quieren escuchar a la sociedad civil. El día que los funcionaros se llamen a sí mismos “civil servants”, como sucede en otros países, tal vez entiendan que sus administrados queremos ser oídos.
En algunas escuelas más o menos convencionales, las maestras se están dando cuenta de la importancia de contar con patios más amables, con más elementos naturales y menos cemento, pero se encuentran con que la inspección les obliga a que los troncos deban estar homologados...
Así es: la cultura del miedo que todo lo impregna y hace que nos tengamos que desnudar para viajar en avión. Hay tantas evidencias científicas que demuestran que hay más accidentes en espacios aparentemente seguros (p.ej. hogares, patios homologados…) que en actividades supuestamente peligrosas (p.ej. montañismo, deportes de riesgo). La naturaleza no está diseñada por una empresa de seguros y, por tanto, no cubre los riesgos, que sí están contemplados cuando los troncos (sintéticos, por supuesto) llevan el sellito correspondiente. Creo que hay que hacer un llamamiento a la rebeldía pacífica y llenar los patios de materiales no estructurados, polisémicos y con cierta dosis de aventura. No tienen porqué ser más arriesgados y tienen muchos más beneficios.
En los patios de algunos colegios solo se permiten balones unos pocos días a la semana, el resto, se hacen otras propuestas. Que haya juegos obligatorios parece contradictorio, pero en estas escuelas explican que es la única manera que han encontrado de luchar contra "la dictadura del futbol" y mostrar a sus alumnos que hay otras posibilidades. ¿Cómo lo ves?
Esto me suena a quitar una mancha con otra, ¿no? Otra vía para conseguir lo mismo sería prohibir todos los juegos “deportivos” y fomentar así el juego libre. Se pueden valorar otras soluciones, como patios sin balones o sólo jugar con ellos en la pista deportiva; dedicar un área del patio (preferiblemente periférica) para ello, apoyar la creación de equipos femeninos o mixtos de fútbol si tanto les apasiona a todos, etc.
Los niños, que no saben de la importancia del juego para su desarrollo, se lo toman mucho más en serio que los adultos. Les supone un reto y alcanzarlo les supone una gran satisfacción. Pero si están rodeados de adultos que lo ningunean, no les permiten mancharse o equivocarse... ¿pueden realmente jugar?
Sí, el control adulto es el gran estropeajuegos. Aún recuerdo una escena de una familia que paseaba por la playa de La Concha en San Sebastián, con un grupo de niños que venían de hacer la Primera Comunión. Se pasaron todo el tiempo obsesionados con la ropa de su prole. Y los niños, con una cara hasta el suelo. Si no quieres que se manche el traje de marinero, ¡cámbialo! ¡Cómo no va a querer jugar en semejante arenero! Pretender que un niño no se manche o equivoque en el juego es como intentar poner puertas al campo….
En las escuelas alternativas y grupos de crianza sale a menudo el tema de por qué debemos dejar de decir "muy bien" a nuestros hijos. Y, sin embargo, cuando los niños juegan a hacer construcciones, o dibujan, o consiguen hacer una cabriola con la bici, vienen corriendo a enseñárnoslo. A veces he visto a niños que parecían defraudados porque su madre no parecía compartir su entusiasmo y se limitaba a decir algo como que los colores eran muy vivos... ¿Realmente es tan malo un "muy bien" si es espontáneo?
No, claro, cuando es espontáneo (y ocasional) es perfectamente válido. El problema es doble: uno, que queremos estimular a nuestros hijos y acabamos elogiando todo lo que hace, incluso retos ya ampliamente superados o que se les presuponen, de tal manera que se devalúa la expresión. ¿Te has lavado los dientes? ¿Has recogido los juguetes? ¡Muy bien! Me recuerda a una viñeta en la que una niña tachaba a su madre de mentirosa, porque le parecía imposible que todos sus dibujos estuvieran igual de bien. Por otro lado, los padres tenemos un problema de subjetividad. Todo lo que hagan nuestros hijos está teñido de rosa y, claro, ese ¡muy bien! espontáneo nos va a salir con frecuencia. Por eso a veces se recomienda reflejar lo que uno siente sin juzgar. Es decir, indicar si le gusta o no, o qué es en concreto lo que le ha gustado de aquello que le muestra su hijo. Así damos más información de lo que valoramos en su acción y le estimulará para mejorar en aspectos específicos.
También en estas escuelas suele darse el debate en torno a si se permite o no mostrar agresividad en el juego o las pistolas de juguete, ¿cuál es tu opinión?
Creo que hay que observar y reflexionar sobre el juego de pelea. Muchas veces los juegos de este tipo, así como los de superhéroes y princesas, son una forma de exploración y definición de la identidad, que en la infancia temprana suele manifestarse con roles muy exagerados. Otra cosa es que haya que ser tan explícito y hacerlo con pistolas de juguete, que no me entusiasma tampoco. El juego de pelea, representado más sutilmente con palos, por ejemplo, permite experimentar relaciones de poder y mientras haya consenso por parte de todos los jugadores, no creo que sea malo en sí mismo. Pienso que hay que pararlo cuando se abusa de ese poder o alguna de las partes está sufriendo, pero no sé hasta qué punto es beneficioso prohibirlo de forma sistemática. Al fin y al cabo, del mismo modo que no por hacer torres de bloques los niños se hacen arquitectos, tampoco los que juegan con armas las van a usar de mayores. Y sin embargo, pueden aprender a manejarse en situaciones de desigualdad de poder en un contexto controlado.
Los defensores de la autorregulación a ultranza defienden que debemos dejar a los niños jugar a lo que quieran el tiempo que quieran. Incluyen los videojuegos, porque piensan que limitarlos supone darles más morbo, y que, si les dejamos barra libre, primero se pegarán una panzada pero luego aprenderán a dosificarse. ¿Has conocido algún caso?
Sí, he visto casos similares, dejando por ejemplo jugar a los niños en ropa interior a varios grados bajo cero, con el resultado de una gripe. Creo que entre la autorregulación a ultranza y la educación estricta hay un término medio, el sentido común de toda la vida. Para mi la prioridad es velar por el bienestar y la salud del niño, lo cual no quiere decir que en ciertas ocasiones necesite aprender de las consecuencias de sus actos. Pero esos aprendizajes deben ser adecuados a su capacidad de adquirirlos, porque si no, es un esfuerzo futil. El caso al que me refería antes era de niños de 3 años, que evidentemente no asociaron su enfermedad al hecho de haber jugado fuera con frío porque la consecuencia no fue inmediata. Pienso que a autorregular se aprende y hay que ir ayudando a que puedan adquirir esa habilidad. Dar pistas, poner ejemplos que entiendan, negociar soluciones intermedias (“te dejo que salgas un minuto con este frío, pero luego te ayudo a abrigarte”). Yéndonos al otro extremo, tampoco dejaríamos a nuestro hijo, como joven adulto, conducir borracho para que pruebe a ver qué pasa, ¿no? Una vez más: usemos el sentido común.
Los adolescentes encuentran en el mundo virtual la libertad que muchas veces no encuentran en el real. La ludopatía engancha a chicos cada vez más jóvenes... ¿Hasta qué punto puede relacionarse este hecho con una vida cotidiana en la que falta la sorpresa y el aspecto lúdico?
Sí, creo que el enganche al mundo virtual tiene que ver mucho con la falta de libertad que han tenido a la hora de jugar siendo más pequeños. Los niños de hoy en día tienen agendas de infarto, con toda su actividad programada de la mañana a la noche, fines de semana y vacaciones incluidos. Los padres nos vemos en la obligación de entretenerlos, proveerles de experiencias y aprendizajes en teoría útiles. Llegada cierta edad, se produce un salto, los niños no tan pequeños demandan intimidad y buscan su espacio privado en el mundo virtual. Es una ventana a un mundo que no tuvieron porque no la pudieron crear mediante el juego libre, la fantasía o la lectura. El problema es que el acceso al mundo virtual es cada vez más temprano y contribuye a invadir el espacio que corresponde al juego. El problema que yo veo aquí es que el juego analógico representa situaciones reales y nos prepara para afrontarlas, mientras que la vida virtual nos crea mundos en los que nuestros actos no tienen consecuencias, más allá de perder algunos puntos. Y esto es lo que me parece de verdad preocupante.
Parece que la libertad, cuando se habla de infancia, "no vende". Summerhill ya no se define como "escuela libre", sino "democrática", mientras que por aquí muchos proyectos prefieren hablar de educación activa en vez de educación libre... ¿nos asusta la libertad, incluso dentro de las pedagogías alternativas?
Puede ser porque la libertad se asocia con una falta de control… Tal vez las familias teman una falta de resultados académicos, si hablamos de educación libre. Es lo que muchos hemos oído sobre el juego libre: que es una pérdida de tiempo. “Educación activa” suena mucho más eficaz, implica la existencia de una estrategia y unos objetivos; por tanto, se esperan unos logros. Con el término “libre”, nos tememos que nuestros hijos sean unos pequeños salvajes y dominantes, incapaces de vivir en sociedad. Entender el término libertad en sus dimensiones más trascendentes, como el libre albedrío, de pensamiento y de acción consciente, requiere por supuesto un trabajo de reflexión más profunda de lo que sugiere es palabra cuando se lee como simple epíteto.
De un tiempo a esta parte parece que todo deba defenderse en base a estudios científicos, desde la lactancia hasta que los peques jueguen al aire libre. Por eso me ha gustado de Jugar al aire libre que además de citar estudios y estadísticas, también incluye la visión de los niños, que no necesitan un para qué. Citas a Mallory, que cuando fue preguntado sobre por qué pensaba escalar el Everest, simplemente contestó "Porque está ahí". ¿Anteponer la necesidad de hacer currículum desde pequeños está acabando con nuestros impulsos vitales?
Efectivamente, se trata de dos ámbitos muy diferentes. Una cosa es que argumentemos una posición mediante la ciencia, cosa que defiendo a ultranza, como no podría hacer de otra forma desde mi condición de científica y docente, y otra es el por qué hacemos las cosas. Nadie suele hacer una revisión bibliográfica sobre el estado del arte en investigación científica antes de salir a dar un paseo o ir al cine. Mucho menos lo hace un niño al jugar. Como bien dices, obedecemos a impulsos vitales, que surgen precisamente de nuestras necesidades como seres humanos. El niño juega para aprender a vivir, para su salud física y mental, para su bienestar. Pero lo hace por instinto. Mallory lo hacía impulsado por un sentimiento de autorrealización. Yo, por desgracia, nunca escalaré el Everest, pero reconozco ese “porque está ahí” en muchos otros aspectos de mi vida. Creo que hay que dejar espacio a los impulsos vitales y, en todo caso, apoyarlos con el curriculum, que ayudará a alcanzarlos con mayor plenitud. Si nos enfocamos sólo en el curriculum, estamos formando seres dependientes de las expectativas de otros, y no personas libres y capaces de crear y seguir su propio camino.
El niño que ha podido jugar, ¿será un adulto más libre?
Más bien creo que el niño que ha podido jugar -en libertad, se entiende- lo seguirá haciendo de adulto. Y es el juego la expresión última de libertad, tanto en la infancia como en la edad adulta. La actitud lúdica es la que nos permite disfrutar de las cosas y no sólo instrumentalizarlas. ¿No es acaso más agradable echar un partidillo con los amigos que ver uno de la Liga por la tele? Esa actitud es la que también hará que nos tomemos la vida menos en serio y podamos encajar mejor situaciones difíciles, incómodas o dolorosas. De los funerales que me ha tocado vivir, recuerdo con especial cariño aquellos en los que me reí. La vida, con una sonrisa, siempre será más bella. Y cuanto más juguemos, más sonreiremos.
Patios rebeldes
Aunque cada vez se concede mayor importancia a los patios como espacios educativos, los esfuerzos por transformarlos por parte de docentes y familias se topan demasiado a menudo con la estrechez de miras de la administración, que buscando únicamente quitarse posibles problemas de encima, rechaza que se incorporen elementos "no homologados". Según esto, los patios no podrían tener ni siquiera árboles, porque si un niño se sube y se cae, no hay fabricante al que demandar...
Si a ti también todo esto te resulta absurdo, si estás en el camino de transformar el patio en algo más rico que una cancha de cemento, comparte aquí tus experiencias (puedes dejar un comentario o escribirnos un email, y si incluyes fotos, mejor que mejor). Queremos recopilar ideas que inspiren a otras personas que no sepan por donde empezar y demostrar que otros patios son ya posibles.