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Para María Montessori la educación constituye la mejor herramienta para construir la paz y por eso propuso una pedagogía radicalmente distinta a la que se llevaba a cabo en su época. Si educamos en el individualismo, en la idea de que todo lo que importa es ascender socialmente y que para ello debemos competir con los demás y ser sumisos frente a los poderosos, estamos educando en contra de la paz, porque estas ideas, a nivel grupal, son las que llevan a los conflictos bélicos. Por eso, frente al manido si vis pacem, para bellum, buscar la paz significa un cambio de valores: una sociedad más justa y acabar con la batalla que los adultos libran frente a los niños para meterlos en un molde.
La vida de María Montessori transcurrió en la convulsa Europa de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX. Fue testigo de la I Guerra Mundial y, posteriormente, del surgimiento de los fascismos. Si en un primer momento pudo parecer que había química entre ella y Mussolini —quien se sentía muy interesado por el éxito de sus métodos— pronto se comprobó que en realidad su visión de la infancia y sus objetivos tenían poco en común. Montessori se vio obligada entonces a exiliarse y recala en Barcelona, donde contaba con muchos seguidores y ya existían varias escuelas que aplicaban su pedagogía. Sin embargo, el inicio de la guerra en 1936 le hace volver a exiliarse. A partir de aquí, viaja por distintos países e imparte conferencias y cursos. El comienzo de la II Guerra Mundial la encuentra en la India, a donde había sido invitada por la Sociedad Teosófica. Al ser ciudadana italiana tuvo problemas con los ingleses, que limitaron sus movimientos. Su hijo fue internado en un campo de concentración.
Una vida tan azarosa, unida a sus valores humanistas y cristianos, hicieron que cobrara cada vez mayor fuerza en ella la idea de que la educación debía ser la herramienta que evitara futuros conflictos. La escuela debía enseñar a cooperar y no a competir, a respetar al otro, a actuar apoyándose en la autodisciplina, la responsabilidad y la coherencia interna, y no por miedo al castigo. Como tampoco por ansiar el premio o la palmadita en la espalda, que pueden acabar con la motivación intrínseca, y que al final se rehúya cualquier esfuerzo si no hay recompensa. Los niños buscan nuestra aprobación, por lo que hay que tener cuidado con no hacerles adictos al «muy bien», que acaba limitándoles al seguir los caminos trillados para conseguir el halago, coartando su creatividad. En último extremo, el conductismo acabaría con la conexión con uno mismo, pues los deseos de los otros sustituyen a los propios. Los niños educados así pueden acabar convertidos en adultos incapaces de tomar sus propias decisiones; al depender de terceros para sentirse valorados, pueden caer en relaciones tóxicas, o ser presa fácil de los totalitarismos, de las soluciones y gratificaciones prometidas por líderes a cambio de una obediencia sumisa. De la «gamificación», hoy tan de moda, probablemente Montessori no habría pensado tampoco nada bueno.
Fue precisamente durante su estancia en la India, donde pudo intercambiar ideas con Krisnamurti y Gandhi, cuando Montessori desarrolló su currículum para primaria. Un currículum que en lugar de aislar las diferentes áreas, ofrece una visión global e integradora. Es la idea que subyace a la educación cósmica: mostrar al niño que forma parte de una historia colectiva y que mediante sus actos puede contribuir a ella. Todos, consciente o inconscientemente, respondemos al gran propósito de la vida. La educación supone un camino hacia el conocimiento propio, hacia la comprensión de quiénes somos y de cómo nos encontramos inextricablemente interrelacionados con la naturaleza. Una invitación a que sin distinción de raza, sexo o religión, la humanidad camine unida hacia una sociedad más justa.
Extracto del libro Otra educación ya es posible. Puedes leer más capítulos aquí.
Algunas ideas de Montessori sobre la paz
- En su carácter de fenómeno humano colectivo, incluso la guerra esconde un misterio, porque todos los pueblos de la Tierra, que se manifiestan ansiosos por alejarse de ella como si fuera el peor de los flagelos, son empero los mismos que se ponen de acuerdo para iniciar las guerras y los que voluntariamente apoyan la lucha armada. Muchos estudiosos dedican con vehemencia a investigar las causas ocultas de ese fenómeno, comparándolo con las catástrofes naturales contra las cuales el hombre no puede hacer nada.
- Uno se asombra por el hecho de que el hombre haya podido revelar tantos misterios del universo, o encontrar energías ocultas y aprovecharlas para uso propio, movido por su instinto de preservar la vida y, lo que es más importante, por su profunda impulso de aprender y adquirir conocimientos. No obstante, al mismo tiempo, las investigaciones del hombre sobre sus propias energías internas han dejado un gran abismo y su dominio sobre ellas ha sido casi nulo.
- Aunque el entorno del hombre ya no es la tierra física real sino mas bien la organización social en sí misma, que se apoya en las estructuras económicas, aun se considera que la verdadera razón por la que se libran las guerras es la conquista de territorios, y multitudes de hombres todavía pierden la cabeza y desfilan con su bandera llevados por el afán de conquista.
- La historia humana nos enseña que paz significa la sumisión forzosa de los conquistados a la dominación cuando el invasor ha consolidado su victoria, la pérdida de todo lo que estiman los vencidos, y el fin del placer de disfrutar los frutos de su trabajo y sus conquistas. Los vencidos se ven forzados a realizar sacrificios, como si fueran los únicos culpables y merecieran ser castigados, simplemente por haber sido vencidos. Mientras tanto, los vencedores hacen alarde de los derechos que sienten que les corresponden por haberle ganado al pueblo derrotado, la verdadera víctima del desastre. Esas condiciones quizá marquen el final del combate, pero no hay duda de que no pueden recibir el nombre de paz. El verdadero flagelo moral surge precisamente de esta serie de circunstancias. Si me permiten hacer una comparación, la guerra se podría equiparar con el incendio de un palacio repleto de obras de arte y tesoros valiosísimos. Cuando el palacio queda reducido a un montón de cenizas humeantes, el desastre físico es total, y el humo sofocante que despiden las cenizas y que impide respirar puede compararse con lo que el mundo entiende generalmente por paz.
- El propósito de las alianzas de la última guerra era lograr un equilibrio de poder en Europa para evitar la guerra, pero ¿no fueron esas mismas alianzas las que allanaron el camino para un enorme desastre, dado que muchos países se vieron forzados a tomar parte en el conflicto simplemente por las promesas que les habían hecho a otros? Incluso si hoy todas las naciones de la Tierra formaran una alianza común para evitar un conflicto armado, seguirían estando tan ciegas como siempre para reconocer las principales causas de la guerra. Y lo que es peor, podría producirse un conflicto armado a escala mundial, dado que una vez más los hombres tendrían la esperanza de lograr una paz genuina, de llegar a la solución final, librando esa última guerra.
- Ni el adulto ni el niño son conscientes de su propia condición, tan particular. Han entablado uno contra el otro una lucha secreta a lo largo de innumerables generaciones y que hoy, en nuestra cultura compleja y exasperante, se torna aun más violenta. El adulto vence al niño, y cuando el niño llega a la adultez perduran en él, por el resto de su vida, los signos típicos del tipo de paz que es solo una secuela de la guerra: destrucción por un lado, y ajustes dolorosos por el otro.
- Al construir un entorno cada vez más alejado de la naturaleza y, por lo tanto, cada vez menos apropiado para un niño, el adulto ha aumentado sus propios poderes y de ese modo ha oprimido aun más al niño. No ha surgido una nueva sensibilidad moral que libere al adulto del egoísmo que lo ciega, y la mente de los seres humanos maduros no ha interpretado como corresponde los numerosos cambios en la situación del hombre que son desfavorables para los niños. El concepto superficial y arcaico de que el desarrollo del individuo es uniforme y progresivo no se ha modificado, y aun prevalece la idea errónea de que el adulto debe moldear al niño de acuerdo con las pautas que impone la sociedad. Este error, burdo y consagrado por el paso del tiempo, es el origen del conflicto principal, de la guerra constante entre seres humanos (padres e hijos, maestros y alumnos) que tendrían que amarse y respetarse unos a otros.
- La enfermedad o la salud del alma del hombre, la fuerza o la debilidad de su carácter, la luz clara o las tinieblas de su mente, dependen de que el niño tenga una vida espiritual perfecta y tranquila. Si en ese precioso y delicado periodo de la vida se ejerce una forma sacrílega de esclavitud del niño, las semillas de vida se tornaran estériles, y ya no será posible para los hombres llevar a cabo las grandes obras que la vida los ha convocado a realizar. Ahora la batalla entre adultos y niños se produce en la familia y en la escuela, durante el proceso al que todavía nos referimos con un término consagrado por el tiempo: "educación".
- Cuando en nuestras escuelas tuvimos en cuenta la personalidad del niño y le dimos la posibilidad de desarrollarse al máximo -construyendo un ambiente que respondiera a las necesidades de su desarrollo espiritual-, nos demostró que contaba con una personalidad completamente distinta de la que habíamos imaginado, con rasgos exactamente opuestos a los que otros le atribuían. Con su ferviente amor por el orden y el trabajo, el niño demostró tener facultades intelectuales muy superiores a las que se presumía que tenía. Es evidente que en los sistemas de educación tradicionales el niño finge por instinto con el fin de ocultar sus capacidades y ajustarse a las expectativas de los adultos que lo reprimen. El niño cede ante la necesidad cruel de esconderse, enterrando en su subconsciente una fuerza vital que clama por expresarse y que es fatalmente frustrada. Al arrastrar esa carga oculta, él también, a la larga, perpetuará los numerosos errores de la humanidad. El tema de la relación de la educación con la guerra y la paz reside allí, más que en el contenido de la cultura que se le transmite al niño. Que el problema de la guerra se discuta o no con los niños, que la historia de la humanidad se le presente a los niños de tal o cual manera, no cambia en lo absoluto el destino de la sociedad humana.
- El niño que nunca ha aprendido a manejarse por sí mismo, a establecer objetivos para sus propias actos o a ser dueño de su propia fuerza de voluntad, se reconoce en el adulto que deja que los demás lo guíen y siente una necesidad constante de tener la aprobación de los otros. El escolar al que permanentemente se lo desalienta y se lo reprime llega a perder la confianza en sí mismo. Sufre una sensación de pánico que se conoce como "timidez", una falta de seguridad en sí mismo que en el adulto se transforma en frustración y sumisión y en la imposibilidad de resistirse a lo que es moralmente malo. La obediencia impuesta a un niño por la fuerza, tanto en el hogar como en la escuela, obediencia que no reconoce los derechos de la razón y la justicia, lo prepara para ser un adulto que se resigne a cualquier cosa. La práctica generalizada en las instituciones educativas de exponer a la reprobación, de hecho a una especie de burla publica, al niño que comete un error, le infunde un terror incontrolable e irracional frente a la opinión de los demás, por injusta y errónea que esta pueda ser. Mediante esos condicionamientos y muchos otros, que contribuyen a su sentimiento de inferioridad, se abre el camino al respeto irreflexivo, e incluso a una idolatría casi ciega del adulto, paralizado ante los líderes públicos, los cuales llegan a representar padres y maestros sustitutos, figuras que el niño se vio obligado a incorporar como perfectas e infalibles. Es así como la disciplina se convierte en sinónimo de esclavitud.
- Los intentos del niño por aprender que es la verdadera justicia han sido confundidos y mal encauzados. Incluso ha sido castigado por tratar de ayudar caritativamente a compañeros que estaban aun más oprimidos y que eran menos ingeniosos que él. Si, por el contrario, espiaba y delataba a otros, era tolerado. La virtud más premiada y fomentada ha sido superar a sus compañeros y sobresalir, aprobando exámenes al final de cada año de su vida de perpetua y monótona esclavitud. Los hombres educados de esa forma no han sido preparados para buscar la verdad ni para que se familiaricen con ella y la integren a su vida, ni para que sean caritativos con los demás y cooperen con ellos con el fin de crear una vida mejor para todos. Por el contrario, la educación que han recibido los ha preparado para lo que se puede considerar solo como un intervalo en la vida colectiva real: la guerra.
- Parece una afirmación tan obvia como ingenua, pero es muy clara que se necesitan dos casas para la paz en el mundo: en primer lugar, un hombre nuevo, mejor; y luego, un entorno que de ahí en adelante no ponga límites a las infinitas aspiraciones del hombre. Sería menester que todos pudieran acceder por igual a las fuentes de riqueza en lugar de que fueran el patrimonio de un país en particular. ¿Cómo podemos garantizar que los pueblos del mundo dejarán que otros recorran libremente los caminos que ellos han construido y exploten las riquezas enterradas en el suelo de su país? Para unir a todos los hombres en una hermandad, tendríamos que derribar todas las barreras, de modo que los seres humanos de todo el mundo fueran como niños jugando en un inmenso jardín. Las leyes y los tratados no son suficientes; lo que se precisa es un mundo nuevo, lleno de milagros.
- Un mundo nuevo para un hombre nuevo: eso es lo que necesitamos con mayor urgencia. (...) La crisis que estamos viviendo no es el tipo de agitación que marca el pasaje de un periodo histórico a otro. Se puede comparar solamente con una de esas épocas biológicas o geológicas en las cuales surgieron formas de vida nuevas, superiores, más perfectas, a medida que las condiciones de vida sobre el globo se modificaban por completo. · Si no apreciamos esta situación en toda su magnitud, nos encontraremos frente a un cataclismo universal, conscientes de la profecía del Apocalipsis. Si el hombre sigue atado a la Tierra y no presta atención a las nuevas realidades, si utiliza las energías del espacio con el objeto de destruirse a sí mismo, pronto lograra su cometido, porque las energías que ahora se encuentran a su disposición son inconmensurables y accesibles a todos, en cualquier momento y en cualquier rincón del mundo.
De su discurso La paz, pronunciado en 1932 ante la Oficina Internacional de Educación, en Ginebra (Suiza).