Soy consciente de que esta reflexión juega en contra de mi supuesto oficio, pero aún así creo necesaria su publicación con el fin de hacer ver mi sentir respecto a un tema con el que me enfrento cada día. Me dedico a la educación dentro del ámbito de las actividades extraescolares, más específicamente al área de la expresión plástica. Desarrollo mi labor con niños/as de educación infantil y primaria en todo tipo de centros educativos, ya sean públicos o privados, además de colaborando con asociaciones y entidades de otro tipo.

Llevo ocho años ya, realizando mis denominados “Talleres de Arte y Creatividad” durante los recreos, después de la hora del comedor y tras largas jornadas escolares de niños/as que asisten, en muchos casos por inercia, a dedicar una hora más de su tiempo a compartir sus vidas conmigo, cosa que merece mi más profundo respeto y admiración. Para mí, el dedicar todas esas horas que ellos/as destinan a cumplir los deseos mayoritariamente de otras personas (deberes, exámenes, idiomas, deportes, concursos...) supondría una labor titánica y emocionalmente agotadora. Cada día llevo a cabo un intenso ejercicio de empatía e intento recordar cómo me sentía yo ante estas situaciones para poder escuchar e implicarme de una manera más respetuosa con las necesidades e inquietudes de los niños/as que vienen a mis talleres.

La estructura de mis talleres parte de una propuesta o provocación inicial (un tema, una técnica, un material...) a partir de la cual cada niño/a desarrolla un proyecto llevando esta propuesta a su experiencia vital. Como ya he mencionado en otras ocasiones, en mis talleres no existen los objetivos estéticos concretos, no hay necesariamente un producto final que el niño/a tenga que llevarse a casa salvo que él o ella lo considere oportuno. Comprendo que, para muchas personas, mis talleres puedan parecer desde fuera una “pérdida de tiempo”, y probablemente lo sean desde el sentido más positivo y esperanzador de esa expresión. “Perder el tiempo” es hoy en día un lujo que lamentablemente, no todos los niños/as se pueden permitir.


Derecho al juego

Recientemente Jaume Bantulà y Andrés Payà dos investigadores españoles de la Universitat Ramon Llull y la Universitat de València respectivamente, han denunciado ante la ONU el problema del déficit de actividades lúdicas entre los niños/as y el derecho perdido al juego. A esto me permito añadir que sobretodo es un carencia de actividades lúdicas libres, es decir una verdadera ausencia de esparcimiento que en muchas ocasiones viene dada por el pánico que tenemos los adultos a que nuestros niños/as no desarrollen todo su potencial en esos años en los que unos a otros nos advertimos como si de un mantra se tratase que “son como esponjas”.

Existe en nuestra sociedad una obsesión latente y profunda con la hiperestimulación de los niños/as desde su nacimiento. Es como si la vida de un niño/a por si misma no fuese lo suficiente enriquecedora y estimulante. Queremos más idiomas, más ciencia, más deporte, más conocimiento. Educamos personas eternamente insatisfechas con su realidad, ambiciosas y desprovistas del espíritu lúdico, presente y fantasioso propio de la infancia.

Tengo plena conciencia de los beneficios del juego en el desarrollo socioafectivo y cognitivo de los niño/as y además, entiendo perfectamente que existe una relación directa entre aburrimiento, juego, creatividad y autoestima, por lo que serán varias las ocasiones en las que se podrá ver a un niño/a en mis talleres jugando o simplemente, “no haciendo nada”. Dedicando parte de su tiempo tras la larga jornada escolar a pensar, observar, manipular, reflexionar y descansar. Cuando un niño comprende que el taller de arte es un espacio físico de libertad para expresarse, automáticamente se relaja. Si se siente aburrido/a, fácilmente se dedicará a ingeniar algo que termine con ese supuesto aburrimiento, y cuando sea capaz de producir una pieza propia y única con el valor intrínseco del proceso de haberla llevado a cabo por iniciativa propia, ese niño se estará haciendo a si mismo.

Es necesario que tanto nuestros niños/as como nosotros/as saboreemos más el tiempo y aparquemos la obsesión por contabilizar, evaluar y organizar absolutamente todo en todo momento. Por mi parte, siempre estoy dispuesta a que un niño abrumado tras una intensa jornada escolar pierda un poco de tiempo conmigo sin más pretensión que el JUGAR POR JUGAR, porque como dijo Francesco Tonucci todos los aprendizajes más importantes de la vida se hacen jugando.