Criaturas disfrazadas jugando
Imaginando sin trabas | CARLOS FERNÁNDEZ

Dos mamás o papás se encuentran para tomar un café. En el tiempo en el que se saludan, se preguntan qué tal todo y analizan disimuladamente los cambios generales en el aspecto del otro… sus respectivas criaturas se enfrascan en una aventura tridimensional, estratosférica y metamórfica. Mientras los adultos revuelven el azúcar y toman el primer sorbo, los pequeños/as han trocado de plano-contraplano varias veces, de dimensión, de personaje, de continente.

-¿Qué les pasa? ¿No pueden estar normal, contarse cosas del colegio, de las extraescolares?

¿A ti te parece lógico que se pase todo el día hablando como si fuera un guerrero galáctico?

-Pues ésta no hay manera de que se quite la capa roja…

-¿De qué, de Caperucita?

-Noooo, de supermán.

-Será superwoman….

-Qué va… ella dice que es supermán, supermán.

-Ah.

 

- ¡Salid de debajo de la mesa, leches ¡que vais a tirar las cosas…

- Papá, no podemos salir…

- ¿Por?

- Porque ahí afuera hay osos marcianos.

El papá mira a ambos lados de la cafetería, asustado, dispuesto a enfrentarse a un ser peludo pero rápidamente disimula con un carraspeo y moviendo la cabeza con desaprobación.

Los niños y niñas no tienen dificultad en atravesar la delgada línea que separa la realidad y la imaginación. Hay un juego espontáneo que todo aquel que está en contacto con los niños conoce: En un plis, sin necesidad de escribir un guión o storyboard completo, crean una historia. Construyen un refugio nuclear debajo de una mesa, viajan a países lejanos en tres metros cuadrados, escalan montañas en el sofá del salón…

Muchas veces, los adultos prestamos atención a éste juego por una simple razón: es molesto, ruidoso, pone patas arriba las habitaciones y los armarios. Pero si lo observamos con cierta objetividad y espíritu permisivo, tendremos que constatar que se trata de algo tremendamente especial. Ante el maravilloso y original despliegue creativo que sucede en el que yo he bautizado como Juego Imaginario (lego el nombre a la humanidad entera, sin reclamar copyright) uno no puede más que preguntarse ¿Por qué lo hacen todo el rato? y… ¿Por qué lo hacen así?

Así, es de una manera entusiasta, irreverente y pasional. A la mayoría de los mortales mayores de edad, todos éstos adjetivos asociados al juego de los niños les parece algo inquietante. Además, en el juego imaginario las reglas convencionales que gobiernan el mundo físico no se aplican, con lo cual los adultos suelen quedarse a cuadros cuando observan de reojo los extraños acontecimientos que suceden en ese juego.

Hace tiempo que los adultos hemos reducido nuestro ser imaginario (esa parte de nosotros que sueña, desea, invoca, fantasea, imagina…) a algo privadísimo, ocultísimo y, sobretodo, carente de utilidad práctica. Hemos alejado de nuestras vidas todo aquello que no tiene una explicación “racional” y dejado en manos de las multinacionales audiovisuales la posibilidad de emocionarnos y vibrar “de verdad” con cosas que no existen.

Como nos han dicho que maravillarse con el cielo estrellado está muy bien pero que imaginar al mismo tiempo fuerzas sobrenaturales o dioses inmortales es una tontería e incluso puede convertirse en una patología, pues lo pensamos pero no se lo decimos a nadie. Pero una cosa es que los dioses no existan y otra, muy diferente, que no podamos creer en ellos… Porque usted y yo sabemos que la vida inconsciente es la vida mejor, aunque no se lo digamos a nadie. Ocultar nuestra poderosa vida interior, nuestro ser imaginario es lo que nos conduce a lo patológico. Como decía Jung, “hemos convertido los dioses en enfermedades”.

La creación espontánea de historias, mundos, personajes que llevan a cabo los niños, es un terreno de difícil acceso para los adultos y yo, que he tenido y tengo el inmenso privilegio de observar y asistir ese juego desde hace muchos años, no he perdido la fascinación viendo cómo, casi de manera inconsciente, los niños y niñas crean un territorio creativo exuberante y mítico.

Durante muchos años he hecho Teatro con niños y niñas y jóvenes. Mi experiencia artística se encuadra en un concepto de la escena multidisciplinar, no-convencional, donde se hibridan lenguajes y formatos con muchísima libertad.

Esto me ha permitido, haciendo teatro con niños y jóvenes, abrir mucho el abanico de posibilidades creativas y ofrecérselas para la resolución de sus proyectos.

Casi nunca he utilizado herramientas de la pedagogía teatral “al uso”; he centrado mi atención en la creación de experiencias que tienen que ver con la personalidad creativa y los deseos expresivos de cada niño.

Sin embargo, durante años me tropecé insistentemente con un momento crítico en el que veía cómo los motores del entusiasmo se ralentizaban y el flujo creativo desparecía irremediablemente… Ése momento era el de la representación y todo el trabajo previo a ella. Ahora tengo claro que, hasta una cierta edad, el Teatro (la representación) es más bien un corsé expresivo ajustado con las medidas de los adultos y nada acorde con las verdaderas necesidades de los niños y niñas.

Abro paréntesis.

Gracias al encuentro con la Educación Creadora (Gracias Vega, gracias Miguel) pude ponderar y entender esas “verdaderas necesidades” de los niños y niñas; encontré la seguridad para separarlas de todo aquello que tiene que ver con las expectativas adultas y mirar con claridad al niño y la inmensa riqueza de su juego por encima de estrategias preestablecidas.

Cierro paréntesis.

En el taller de Juego Imaginario o expresión dramática que realizo (Drama es lo que uno hace, Teatro, lo que unos contemplan hacer a otros…) mi trabajo consiste en crear las condiciones materiales, espaciales y de acompañamiento para que el Juego Imaginario suceda de manera profunda. Unas condiciones de respeto, libres de juicios y modelos, donde el verdadero tesoro que es el Juego Imaginario fluya y fluya… desde lo más profundo del alma infantil. Mi papel, el papel del adulto, es el de asistir ese juego sin manipularlo, favoreciendo la participación de todos sin exclusiones y, sobretodo, entendiendo las particularísimas formas de “actuación” y ensimismamiento. Observar. Ordenar. Abrir espacios. Dialogar. Ofrecer materiales. Saber interpretar necesidades.

 

-Necesito…. ¡Un prado con hierba!...

- Vale…. ¿Qué te parece ésta tela verde…?

- mmm…. Bien. ¿Tienes flores…?

- Bueno, en esa caja puede que haya algo que te sirva…

- ¿Puedo usar estas cintas de colores…?

- Claro.

- ¿Y… puedes poner la música terrorífica…?

- Por supuesto.

 

Creo que las niñas/niños tienen su forma orgánica de vivir y entender el mundo. Es una sabia forma que fluye del interior y tiene sus mecanismos para articularse. Uno de esos mecanismos es el Juego Imaginario; y la importancia de este juego es tal que se enraíza, a mi modo de ver, con algo que el ser humano ha estado haciendo durante milenios, que no es otra cosa que entender el mundo y la realidad a través del mito, de la fantasía, del imaginario. El niño hace esto de manera inconsciente. Y lo hace para descodificar las señales y misterios que la realidad pone ante él. Lejos de verse poseídos por un lugar tenebroso que les aleja de la vida real, el Juego Imaginario es una poderosa herramienta que les permite experimentar y entender las cosas del mundo, que son complejas y raras de narices. Obviamente, en las condiciones actuales, que tienen y tendrán consecuencias en el estado emocional de niñas y niños, el Juego Imaginario es un magnífico lugar en el que exorcizar los miedos y las incertidumbres…

Viajar a lugares desconocidos, luchar, aniquilar, cuidar, huir, esconderse, transformarse, morir, renacer… Son cosas que suceden en el Juego Imaginario y, creedme, son todas reales.

En éstos días de confinamiento, dejad que suceda… Sacad todas las telas que tengáis por casa, abrid espacios, entornad la puerta, no preguntéis ni interpretéis… Y recordad que en muchas farmacias no quedan mascarillas pero sí unos tapones estupendos como de espuma que se adaptan a todas las orejas.

Un sofá en los años cuarenta

Todos nosotros sobre el sofá en fila, de rodillas
uno detrás del otro, del mayor al pequeño,
moviendo los codos como pistones, pues esto era un tren
y entre el quicio y la puerta del dormitorio
nuestra velocidad y distancia eran inestimables.
Primero maniobrábamos, luego silbábamos, y luego
alguien recogía los invisibles
billetes y con seriedad los perforaba
mientras vagón tras vagón bajo nosotros
se movía más rápido, chuka-chuk, las patas del sofá
se hacían blandas y los inalcanzables
muy lejanos en el suelo de la cocina empezaban a saludar.

SEAMUS HEANEY