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Aquest contingut està disponible únicament en castellà. Pots accedir a una traducció automàtica aquí.«La escuela no tiene más que un problema: los chicos que pierde»
El 26 de junio de 1967 fallecía en Florencia Lorenzo Milani, un sacerdote de ideas progresistas que pronto chocó con las altas jerarquías eclesiásticas. "Desterrado" a Barbiana, el párroco decidió transformar las vidas de los niños de esta aldea perdida a través de la educación. Muchas de sus ideas, entonces revolucionarias, son compartidas hoy por las escuelas más inclusivas e innovadoras: suprimir los exámenes, no dejar a ningún niño atrás, ayudar a desarrollar una mirada crítica investigando a partir de distintas fuentes, rechazar una educación al margen de la vida. Otras en cambio, como la de que en la escuela no hubiera vacaciones ni festivos, pueden despertar hoy, como en su época, sorpresa o rechazo. Él lo tenía claro: para los hijos de familias acomodadas, las vacaciones, con sus viajes, sus visitas a museos y sus cursos de idiomas, significaban un enriquecimiento cultural, mientras que para los pobres, todo el tiempo que pasaran fuera de la escuela supondría un mayor empobrecimiento. El libro Carta a una maestra, escrito por sus alumnos, es una crítica sin concesiones a un sistema educativo que solo se preocupa de los alumnos "sanos" mientras que rechaza a los "enfermos". Recogemos aquí algunos fragmentos.
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Querida señora:
Usted ni siquiera se acordará de mi nombre. ¡Se ha cargado a tantos!Yo, en cambio, he pensado muchas veces en usted, en sus compañeros, en esa institución que llamáis escuela, en los chicos que "rechazáis".
Nos echáis al campo y a las fábricas y nos olvidáis.
Barbiana no me pareció una escuela, cuando llegué. Ni tarima, ni pizarra, ni pupitres. Sólo grandes mesas en las que se aprendía y se comía.
De cada libro no había más que un ejemplar. Los chicos se apretujaban sobre él. Era difícil darse cuenta de que uno de ellos era algo mayor y enseñaba.
El más viejo de aquellos maestros tenía 16 años. El más pequeño 12 y me tenía admirado. Decidí desde el primer día que yo también tenía que enseñar.
No había recreo. No había vacación ni siquiera el domingo. A ninguno de nosotros le preocupaba mucho porque el trabajo es peor aún. Pero cada burgués que nos visitaba se ponía a discutir este punto.
Un profesor muy importante dijo: "Usted, reverendo, no ha estudiado pedagogía. Polianski dice que el deporte es para el muchacho una necesidad fisio-psico..."
Hablaba sin mirarnos. Quien enseña pedagogía en la Universidad no tiene necesidad de mirar a los chicos. Se los sabe de memoria, como nosotros nos sabemos las tablas. Por fin se marchó y Lucio, que tenía 36 vacas en el establo, dijo: "La escuela siempre será mejor que la mierda".
Tal frase hay que grabarla en la puerta de vuestras escuelas. Millones de chicos campesinos están dispuestos a firmarla.
Que los muchachos odian la escuela y les gusta el juego, lo decís vosotros. A nosotros, los campesinos, no nos lo habéis preguntado.
Enseñando aprendía muchas cosas.
Por ejemplo, he aprendido que el problema de los demás es igual al mío. Salir de él todos juntos es la política. Salir solo, la avaricia.
[Contra la repetición] Vosotros los queríais tener parados en busca de la perfección. Una perfección que es absurda, porque el chico oye siempre las mismas cosas hasta aburrirse y, mientras tanto, va creciendo. Las cosas siguen iguales, pero él cambia. Se le vuelven infantiles entre las manos.
También nosotros hemos visto que con ellos la escuela resulta más dificil. A veces sentimos la tentación de quitarlos de en medio. Pero si los perdemos la escuela ya no es escuela. Es un hospital que cura a los sanos y rechaza a los enfermos. Se convierte en un instrumento de diferenciación cada vez más irremediable.
Hay que suprimir los exámenes, pero si los hacéis, al menos sed leales. Las dificultades hay que ponerlas en la misma proporción que tienen en la vida. Si ponéis de más es que tenéis la manía de la trampa. Como si estuvierais en guerra con los chicos.
¿Por qué lo hacéis? ¿Por su bien?
También es un misterio la finalidad de vuestros chavales. Quizás no exista, quizás sea una vulgaridad.
Día tras día estudian por la nota, por la cartilla, por el título.
Y mientras, se despistan de las cosas bonitas que estudian. Lenguas, historia, ciencias, todo se convierte en nota y nada más.
Detrás de esas hojas de papel no hay más que interés individual. El título es dinero. Ninguno de vosotros lo dice, pero aprieta, aprieta y el jugo es ese.
Para estudiar a gusto en vuestras escuelas habría que ser ya un trepador arribista a los 12 años.
Que sois cultos, lo decís vosotros. Todos habéis leído los mismos libros. No hay nadie que os pregunte algo distinto.
En los exámenes de gimnasia el profesor nos echó un balón y nos dijo: "Jugad a baloncesto". Nosotros no sabíamos. El profesor nos miró con desprecio: "Pobres chicos".
Igual que vosotros. La habilidad en un rito convencional le parecía importante. Le dijo al director que no teníamos "educación física" y quería dejarnos para septiembre.
Cada uno de nosotros era capaz de subirse a un roble. Arriba, soltarse de manos y con la hacheta echar una rama de un quintal. Luego arrastrarla por la nieve hasta la puerta de casa, a los pies de su madre.
Me han dicho de un señor en Florencia que sube a su casa en el ascensor. Luego se ha comprado otro artefacto caro y hace como que rema. Vosotros le daríais en educación física un diez.
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Hasta ahora habéis hecho escuela con la obsesión del timbre, con la preocupación del programa que hay que terminar antes de junio. No habéis podido ensanchar el horizonte, responder a las curiosidades de los chicos, llevar las cosas hasta el fondo. El resultado es que habéis hecho todo mal y os habéis quedado descontentos vosotros y los chicos. Os ha cansado el descontento, no las horas.
La escuela no tiene más que un problema. Los chicos que pierde.
Alumnos de la escuela de Barbiana. Carta a una maestra. Barcelona: Nova Terra, 1970.
Adios, Barbiana, adios (ver documental en Youtube)