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Hay que aceptar la duda, la contradicción, la provocación, las equivocaciones y los riesgos, dar cabida a la sorpresa. La educación es un riesgo y en la educación entran la duda y la contradicción. La incertidumbre es el motor del conocimiento –LORIS MALAGUZZI
He querido iniciar esta reflexión escrita con una cita de Loris Malaguzzi, el padre de la filosofía educativa de las escuelas Reggio Emilia, por considerar sus pensamientos y trabajo como una fuente viva de inspiración para el mundo educativo y más concretamente para el área de la expresión artística. Sin querer extenderme demasiado, ya que no pretendo desarrollar aquí un análisis exhaustivo sobre este método, a continuación enumero los principios básicos que Malaguzzi defendía en sus escuelas:
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El niño como protagonista: los niños y las niñas son fuertes, capaces y están interesados por establecer relaciones. Tienen preparación, potencialidades, curiosidad e interés en construir su aprendizaje y negociar en su ambiente.
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Docente competente, colaborador, investigador y guía: los docentes son los que acompañan a los niños en la exploración de temas, proyectos, investigaciones y construcción de aprendizaje.
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Espacio como tercer maestro: el diseño y el uso del espacio promueve relaciones, comunicaciones y encuentros (Gandini, 1993). Hay un orden y belleza implícito en el diseño y organización del espacio, equipo y materiales en una escuela (Lewin, 1995). Cada esquina de cada espacio tiene su identidad y propósito, y es valorado por niños y adultos.
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La documentación pedagógica: en la investigación científica es un paso fundamental y gracias a Loris Malaguzzi se introdujo también en el área de la educación. Consiste en recoger, diariamente notas escritas, grabaciones y/o fotografías que permitan conocer mejor la evolución de los niños en el aprendizaje.
Por otro lado, y como un elemento de suma importancia dentro de esta filosofía se encuentra El Taller. Definido por el propio Malaguzzi como un área impertinente, subversiva y revolucionaria. Un espacio dinamizado por la figura de, lo que él llamaba un/a atelierista o tallerista. Una persona integrada en el espacio educativo sin ser educadora pero con una fuerte formación en artes visuales, que se encargaba de plantear diversas propuestas o provocaciones con el objetivo de que sirviesen como inicio de los diferentes procesos creativos de los individuos existentes en el taller. Cada provocación es entendida por cada niño/a de una forma distinta, y por ello será desarrollada de manera independiente y libre de juicios morales y estéticos. El taller se convierte así en un espacio físico de libertad, experimentación y relaciones que propicia una serie de situaciones que permiten al niño/a revelarse en el mejor sentido de la palabra, autoafirmándose así como un individuo único.
Desde mi experiencia, y aprendiendo más cada día, intento trasladar este concepto a todos los espacios donde desarrollo mi labor. Sin embargo, percibo tanto en parte del personal docente como en algunas familias, una enorme confusión y diferencia de conceptos entre lo que yo comprendo como educación artística, término que suelo sustituir por el de expresión plástica por considerarlo más afín a mi forma de trabajar, y lo que en ciertos entornos se conoce como manualidades.
María Acaso, en su muy recomendable libro “La educación artística no son manualidades”, nos explica que para que un producto visual no sea catalogado de manualidades es necesario realizarlo en base a tres premisas: proceso, creatividad y conocimiento.
Es común ver como en muchas escuelas, tanto tradicionales como alternativas, se priva a los/las niños/as de esas tres valiosas premisas llevando los trabajos artísticos a algo únicamente “manual” (manualidades), donde ya se presenta un resultado preconcebido del producto visual antes de empezar y se plantean los pasos a seguir para conseguir ese único resultado homogéneo como si de una fórmula matemática se tratase. Estoy hablando del portalápices con el rollo de papel higiénico, del árbol de Navidad con palitos de helado y de las bellas flores con hueveras, todas ellas manualidades con el único fin de producir objetos bonitos y útiles. La metodología en este tipo de proyectos suele caracterizarse por ser claramente directiva, e incluso en la escuela más alternativa es común ver como en este tipo de trabajos se dirige como no se hace en ningún otro ámbito. Por supuesto, soy consciente y comprendo los beneficios de este tipo de trabajos tales como el desarrollo de la motricidad fina, el espíritu de grupo o el sentido estético, pero en ningún caso deben sustituir a la verdadera educación artística que como bien definía Malaguzzi ha de ser impertinente, subversiva y revolucionaria.
Por otro lado está la irrefrenable necesidad del adulto porque los productos realizados “queden bien” y pervivan en el tiempo, por no salirse de la línea ni dejar huecos en blanco, por Decorar (con mayúscula), hecho que suele producir en el niño que sea él el que se convierta en acompañante del mal llamado “proceso creativo” de un adulto controlador incapaz de visualizar y permitir el error, el garabato o el trabajo efímero.
En mis talleres he visto niños/as que orgullosos, han tirado a la basura trabajos dignos de la mejor pared porque una vez hechos no les servían ya para nada (el aprendizaje ya había ocurrido, no necesitan el producto), he visto impulsos provocadores convertidos en garabatos inmensos tremendamente valiosos, y también he visto muchos niños/as frustrados y empapados en lágrimas por no poder hacer el reno como el que salía en el ordenador. Cada día intento recordarles que ellos son capaces de hacer cosas nuevas, diferentes y lo que es más importante, propias. Algo que muchos de sus padres, madres y profesores han perdido gracias a la silenciosa esterilización creativa de las manualidades.