Javier Herrero

Javier tenía 17 años cuando cayó en sus manos el libro Fregenal de la Sierra, una experiencia de Escuela en libertad, de Josefa Martín Luengo. Confiesa que este libro cambió su vida, ya que le movió a estudiar educación. Sin embargo, la carrera no debió motivarle mucho, ya que al acabarla, decidió probar otros oficios, hasta que la enfermedad de su madre primero, y el nacimiento de sus hijos después le hicieron replantearse su vida y sus prioridades. En esta etapa, le marcó el entender que nadie enseña a las mujeres a parir, ni a los niños a nacer. Él buscaba una educación así, de modo que comenzó a investigar y se encontró con la obra de E. Pickler y proyectos como La Pesta y Sudbury. Con esta base comenzó su proyecto, al principio con tan solo dos niños y condiciones materiales muy precarias.

Quince años después, Ojo de Agua es un proyecto consolidado con más de 70 niños. La semilla que supuso leer el libro de Martín Luengo no había caído en tierra baldía, sólo necesitaba las condicionanes adecuadas para crecer. El proyecto se desarrolla actualmente en una finca de 5000 metros cuadrados, paraíso de los jabalíes, basada en los principios de la permacultura: hacer lo máximo con lo mínimo y el problema es la solución. Se sigue el ideal de generar el mínimo de residuos e incluso ir más allá: usar los desechos para producir. Como en la naturaleza, donde nada se desperdicia: lo que es desecho para unos es alimento para otros seres vivos.

A los niños de Ojo de Agua no se les imponen valores ecológicos, simplemente, están allí y ven como actuan los adultos. Hay una confianza en que los seres humanos están capacitados para aprender -proceso de dentro afuera. También se enseña -proceso de fuera a dentro- cuando es necesario, pero sobre todo, se prioriza el aprendizaje. No hay clases obligatorias, ni notas, ni títulos. Hay vida -explica Javier. No se obliga a nadie a aprender nada. Todos aprenden a leer y escribir en algún momento, pero aparte, cada uno profundiza en lo que más le interesa. Los hay que quieren saber de historia, inglés, hacer experimentos, construir una pista de skate -un proyecto que realizaron cuatro chicos con un adulto. Otros quisieron construir una cabaña y esto se acabó convirtiendo en una cúpula geodésica en la que estuvieron trabajando tres años. Para hacerla, tuvieron que aprender muchas cosas, entre ellas, inteligencia emocional para superar los conflictos. En Ojo de Agua se apuesta por la cultura del esfuerzo, pero está claro que nadie se esfuerza por algo que no le interesa. Totalmente de acuerdo: los adultos podemos decidir libremente si nos compensa hacer algo que en sí mismo no nos motiva -por ejemplo, sacarnos un título- porque es un requisito previo para conseguir lo que queremos. Pero obligar a un niño a hacer algo que no le apetece hacer no es transmitirle la cultura del esfuerzo, sino la de la sumisión.

¿Cómo será el contexto en que vivirán los niños de ahora dentro de quince años? No lo sabemos. Por eso, la propuesta de Ojo de Agua es permitir que cada uno contacte con sí mismo y descubra lo que Ken Robinson denomina el elemento: tu talento, lo que te apasiona. Encontrar tu don te dará la fuerza para aprender y seguir avanzando. Por eso, no hay algo así como un día típico, sino que lo que se enseña responde a los intereses que van surgiendo en el grupo, y que son de lo más variado: desde japonés a música, pasando por la herrería. Si dentro del equipo no hay nadie que sepa de esto, se busca ayuda fuera. La propuesta es ayudar a los chicos a  descubrir lo que quieren hacer con su vida, a ser coherentes con lo que piensan y lo que hacen. Si esta coherencia lleva a uno querer sacarse el título de la ESO, adelante. Si a otro lo que le motiva es a montar su propio negocio, adelante también.

Los responsables últimos de la educación de los niños son los padres. Ojo de Agua lo que ofrece es apoyo. Y lo que se pide a las familias es que confien: que confíen en este tipo de educación no directiva, en la capacidad de sus hijos para desarrollar sus habilidades, acompañados, pero no obligados, por un adulto.

En el turno de preguntas, aproveché para preguntar a Javier algunas dudas que me suscita el no directivismo con niños mayores. Como si no pensaba que había temas  -por ejemplo, la literatura del siglo de oro o el arte vanguardista- que requieren una enseñanza previa para poder valorarse... ¿No hay materias que cuentan con una barrera inicial? ¿Es posible iniciarse en ellas de una manera "espontánea"? ¿Salen alumnos de estas escuelas que luego quieran estudiar filología?

La respuesta fue que los niños son muy pragmáticos y que lo importante es que cumplan su sueño. En Ojo de Agua se interesan por lo que es más propiamente humano, por las relaciones, o por construir entre todos una cúpula geodésica. Acumular saberes ya no tiene sentido, ya que ahora toda la información es fácilmente accesible.

Tengo que confesar que la respuesta me dejó un tanto desconcertada. La literatura es tan humana como las relaciones interpersonales y las cúpulas geodésicas. Para muchos es una pasión, pero requiere una enseñanza -lo que no quiere decir que tenga que ser obligatoria. Uno no se interesa por Calderón simplemente porque exista la posibilidad de encontrarlo en la Wikipedia. Y puede que a un chico lo que le apasione sea el skate y luego decida montar una empresa dedicada al tema y se gane así muy bien la vida, y si es lo que le hace feliz, está muy bien que sea así y que no se le haya forzado a seguir otros caminos. Pero seguramente, se pierde algo si no ha leído La vida es sueño. O a Borges. O a Nietzsche. O a tantos y tantos autores que carecen completamente de marketing o de atractivo a primera vista. Yo, que estudié en un instituto de lo más directivo, acabé odiando las matemáticas por culpa de un par de profesores y enamorándome de la literatura gracias a otro par. Mi vida habría sido muy diferente sin estos encuentros. No descarto que este chico piense que yo me pierdo algo por no saber montar en monopatín: para cada uno de nosotros, aquello que le apasiona es un elemento central, sin el cual casi no podemos ni concebirnos. Y en esta disparidad de intereses está nuestra riqueza, porque sin ella, viviríamos en un mundo monolítico. Tampoco defiendo que haya saberes más valiosos que otros, esto depende de la perspectiva de cada cual. Y por supuesto, estoy de acuerdo en que lo fundamental en la vida es aprender a relacionarnos con los demás y -aún más difícil- con nosotros mismos. Conocernos, aceptarnos, ser fieles a nuestros propositos y no caer en autoengaños.

Lo que cuestiono es algo diferente, y es si es posible que alguien pueda interesarse por el latín, por ejemplo, de forma espontánea. Seguramente en Ojo de Agua algunos han sentido la motivación de aprender japonés porque son aficionados al manga. Pero ni Virgilio ni Catulo están muy de moda, así que tengo la impresión de que difícilmente un chico en un proyecto 100% no directivo vaya no ya interesarse por ellos, sino ni tan solo llegar a saber quienes eran. Habrá quien me diga que qué más da, que todavía el japonés les puede ayudar en su trabajo el día de mañana, mientras que el latín no sirve absolutamente para nada... este es otro temazo ¿queremos un saber puramente utilitario? ¿No se dice que lo peor de la pedagogía tradicional es que respondía a intereses puramente económicos, para colmo de una época que ya no es la nuestra? ¿Vamos a dejar otra vez que sea la economía la que dicte el abanico de lo que se puede aprender, o seremos capaces de encontrar un momento para reflexionar sobre estos temas y ser actores del cambio?

Parte del auge de las pedagogías alternativas se debe a una reacción frente a los excesos de la pedagogía tradicional, un tipo de enseñanza totalmente vertical, que potencia el memorizar datos para el examen y penaliza el error de tal manera que acaba por anular la creatividad. Pero quizá esta reacción está llevando al extremo opuesto y se está rechazando toda la pedagogía tradicional en bloque, sin rescatar lo que podía tener de positivo. 

Quizá haya llegado el momento de no actuar por reacción, sino de llegar a una síntesis que tome lo mejor de las distintas pedagogías. Puede que incluso debiéramos revisar la expresión pedagogías alternativas, porque supone definirse por oposición a algo, y además, en ese alternativas entraría todo -incluso pedagogías que potenciaran la sumisión pura y dura, por ejemplo. Por eso, deberíamos buscar una expresión diferente, que las definiera afirmando lo que son, en lugar de por referencia a lo que no son. Rebeca, de La Luciernaga, me comentaba que sería mejor hablar de educación activa, una expresión descriptiva que no ataca a nadie. Estoy con ella.

Quizá, también, es debido a estos excesos de los que hablaba a que se haya acabado identificando saber con acumulación de datos, una confusión muy perniciosa. Pero de todo esto, hablaré en otro post.

Próxima conferencia del ciclo: Henry Readhead (Summerhill). Una educación completa del niño
8 mayo a las 17:00